El tiempo en Estambul era bastante inestable. Unos días antes había nevado como hacía tiempo que no lo hacía y la ciudad había colapsado entera. Por lo que a mí respecta, ya llevaba un tiempo pensando en qué meter en la mochila y qué lugares visitar. No dediqué mucho tiempo a esto último porque pensaba que ir a la aventura tendría mucho mayor atractivo. Eso sí, el vuelo de vuelta lo compré varios días antes de marchar. Así, el día 10 de enero iba a comenzar mi viaje por Egipto, volando desde Estambul (que es donde vivo por el Erasmus que estoy cursando en mi último año de carrera) hasta Hurghada, una pequeña ciudad costera al este de Egipto, en el Mar Rojo.
Esta ciudad iba a suponer tan solo un paso necesario para llegar a las ciudades verdaderamente interesantes como Luxor o Asuán, pero hasta ellas no había vuelos baratos ni directos.
A la mochila metí ropa para unos diez días. Mi mochila es de 40 litros y la llevé hasta casi los topes, aunque volví con alguna cosa más (no muy pesada). Además de la ropa llevé la tecnología justa como para no aburrirme y documentar bien con imágenes y vídeo todo mi viaje. El día de reyes, el 6 de enero, fui al Media Markt en las Trump Towers de Estambul para comprarme una batería externa, un accesorio que siempre eché de menos cuando viajaba más de un día y, sobre todo, cuando viajaba a lugares sin corriente eléctrica. Esta batería tenía unos 10000 mili amperios y me servía para recargar el móvil unas tres veces (es una batería muy grande), por tanto mi autonomía en Egipto iba a ser de un día de uso constante a dos/tres días de uso pausado. También llevé mi tablet y el Kindle, el último apenas lo usé y me queda por leer todo el libro de los Hermanos Karamazóv que comencé en el mismo avión. Por lo demás: chanclas, bañador, toallas y unas zapatillas cómodas de running para andar por ahí. Este calzado no es, ni de lejos, el mejor para andar por superficies arenosas... las zapatillas están hechas para que los pies transpiren bien y, claro está, con tanta arena es una guarrada. Pero me alegro de haber llevado este tipo de calzado deportivo. Por supuesto, gafas de sol. Y otra cosa, pastillas para el dolor de cabeza (a veces en los viajes, de tanto andar bajo el sol o de tanto estar bajo presión en entornos diferentes, me da dolor de cabeza; por suerte en este viaje no tuve que hacer uso de ellas) y también para facilitar la digestión. Como ya estoy acostumbrado a comida turca, que es bastante picante y agresiva para la flora intestinal (no toda), tampoco tuve mayor problema en Egipto, donde la comida es similar.
En el aeropuerto de Estambul (Sabiha Gokcen) se podía hacer check-in directamente así que fue una pérdida de tiempo el haber bajado en el día anterior a imprimir los billetes. En otros aeropuertos no existe esta posibilidad y hay que hacer el check-in con anterioridad al vuelo, similar al mecanismo de Ryanair. ¡Aún esperamos el día en que todo esto se pueda hacer con un aparato NFC, sin siquiera desbloquear la pantalla del móvil! No me creo que haya tanta tecnología en los aeropuertos y que, en este sentido, estén tan atrasados.
En la espera compré varios chocolates aunque tuve que enfrentarme al primer problema de entendimiento idiomático (y mira que me sé mover bien por Turquía). Había una oferta de M&M's que indicaba 2x1. Yo, con la idea de que comprando uno me regalaban otro, agarré dos y fui a pagar. El cajero, un buen hombre que me miraba con simpatía, me decía que no era así la promoción... pero me lo decía en tan mal inglés que no llegué a entender nada hasta que otro viajero me comentó que la promoción se aplicaba de manera que comprando dos, te regalaban uno. En fin, ¡cuidado con estos cambios de concepto porque parece que sólo en España un dos por uno significa literalmente eso!
El vuelo fue nocturno, una pena y un desperdicio de vistas porque pasábamos por encima de Chipre, de todo el Mediterráneo como es obvio y también sobre el Cairo. Las llegadas en avión al aeropuerto del Cairo son impresionantes porque se ven las pirámides pero en Hurghada sólo hay desierto y más desierto... sin contar las estrellas, que comenzaban a ser algo que capturó mi atención desde incluso antes de aterrizar.
El vuelo fue más largo de lo previsto porque teníamos viento de frente (el vuelo de vuelta fue justo al revés, mucho más corto por el viento de cola).
Al llegar y bajar del avión fui consciente de que, por primera vez, salía del continente europeo (si no contamos a Turquía como parte de Asia). El aire estaba menos cargado que en Estambul y el tiempo a las 4 de la madrugada, que fue cuando llegué, era el mismo que en Estambul a las 3 de la tarde. Efectivamente, había regresado a la primavera... ¡en pleno enero!
Sin embargo, en Egipto las noches, durante los meses que van de septiembre a marzo, son algo frías.
Al llegar tan tarde al aeropuerto decidí no reservar una noche de hostal porque apenas lo utilizaría. Este fue mi primer acierto en todo el viaje, acierto que después me llevaría a un tremendo error, como os comentaré a continuación.
Así que mi idea era hacer tiempo en el aeropuerto hasta que amaneciese y pudiese echar a andar al hostal reservado para la noche del 10 al 11 y 11 al 12.
En el aeropuerto tuve que comprar el visado. Me costó 25$, 10 más de los que me esperaba tras haber leído por Internet sobre ello. Por suerte, llevaba ya 20$ y unos cuántos euros. En la primera sala según bajé del avión había varios atendiendo las compras de visado. Le comenté al que atendía que no disponía de 25$ y él me dijo que había un cajero al fondo, que ahí podía sacar las libras correspondientes (cada dólar supone 7,5 libras egipcias). Así que eso hice hasta que me dijo que le servían mis euros. Demasiadas vueltas para el mismo resultado.
Me acerqué al puesto de sellado de visados por mi cuenta. Una serie de turistas que venían en otro vuelo estaban esperando su propia fila unos metros a mi derecha, atendiendo a, me imagino, su propio guía que les había acompañado desde su país (y esto no es lo normal). La mayoría eran rusos. Hurghada es una ciudad con gran afluencia de turistas rusos tanto por los vuelos baratos como las condiciones climatológicas que ofrece, sin duda mucho más suaves que en la fría Rusia.
Me sellaron el pasaporte en la última página, haciendo honor no a que hacen todas las cosas al revés (que también) sino a que los libros árabes se abren por lo que nosotros entendemos como la última página. En no pocas ocasiones, a lo largo de mi viaje, tuve que avisar a los policías o militares de que el sello que buscaban estaba bien escondido en la última página del librito que me pedían.
Lo siguiente fue comprar una tarjeta de móvil en Vodafone Egipto. Me dijeron (y esa era mi intención para un viaje tan largo en un mismo país) que Internet móvil funcionaba fenomenal en Egipto y que merecía mucho la pena hacerse con una tarjeta prepago de conexión a internet. Pude pagar con tarjeta de crédito y me costó unos 15€ al cambio. Eran 7 gigabytes y con lo que pagué por ella me ahorré mucho dinero a lo largo del resto de mi viaje. Sin lugar a dudas, internet móvil se convierte en una herramienta indispensable cuando uno está viajando por otro país... lástima que las tarifas roaming sean tan abusivas y que, ni de lejos, estemos yendo en la dirección de tumbar las barreras internacionales del coste y sobrecoste de las telecomunicaciones. Por lo demás, Egipto me sorprendió por su excelente conexión bajo la red de Vodafone, llegando en muchos sitios más lejos de lo que muchos hoteles con conexión Wi-Fi llegaban. Como indicador de la velocidad tengo que decir que en algunos hoteles era difícil ver un vídeo de YouTube a 240p mientras que en el móvil, uno a 480p se reproducía holgadamente.
Esperé en la cafetería tras preguntar a los vigilantes del aeropuerto si no era posible esperar dentro de la terminal. En la cafetería procuré dormir algo (ya estaba cansado aunque el viaje no había sido para tanto, casi me había costado más rato llegar al aeropuerto desde mi casa en Estambul que el propio vuelo de Turquía a Egipto) y estuve escuchando un podcast que me descargué unos días antes con un documental sobre el antiguo Egipto. El documental duraba unas cuantas horas (seis horas y media en concreto) y os dejo aquí el ENLACE por si os apetece) y me pareció muy interesante y riguroso. De esa forme me semi-preparé para todo lo que iba a observar y visitar en las próximas semanas. Por supuesto que habiendo recibido una educación en historia antigua un poco más avanzada habría disfrutado del viaje más y con diferencia, ¡pero qué le vamos a hacer!
Pasaron las horas, cuatro, cinco, seis... y a las seis y media, bajo el primer amanecer que contemplé en África, salí del aeropuerto camino al hostal.
Me esperaban dos horas de paseo.
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