Robotín de Google

9 de agosto de 2013

Destino



El guitarrista Toni Iommi, fenómeno de la masa metalhead, tuvo la desgracia de rebanarse la punta de varios de sus dedos con algo parecido a una fresadora. Eso hizo que, para poder tocar el instrumento, utilizase prótesis de plástico en sus dedos. Así dio lugar al sonido tan particular de su guitarra.

Si pensásemos que todo lo que sucede en este mundo obedece a un destino divino inexorable seríamos conscientes de que la mayoría de sucesos felices tienen explicación. El asunto es que sólo somos conscientes de ellos, de los exitosos, en cambio ningún fracasado rellena páginas de periódicos, a ninguna antítesis de Amancio Ortega le hacen entrevistas y artículos especiales en la prensa dominical.

Estaba pensando en el destino y en lo que podría suponernos si realmente fuese una teoría sostenible.

Pensar que existe un destino es pensar en la represión in terminis. Que estemos destinados a hacer algo implica que, hagamos lo que hagamos, incluso la inmovilidad total, sucederá lo que tenga que ocurrir. Si el destino es que todo siga igual entonces así será. En cambio, si el destino es que nos movilicemos, ¿qué otra nos queda? Ya sea hacia un lado u otro tendremos siempre la sensación de estar siguiendo ese plan divino, ajenos a nuestro trocito de libre albedrío.

En la serie Doctor en Alaska, una de las protagonistas, una mujer de 28 años, piloto de aviones, tiene un historial de novios que han muerto por distintos motivos. Ya tiene esa fama y todo apunta a que su actual pareja sufrirá la misma suerte. En ese caso, ¿cabe tomar algún tipo de actitud defensiva ante lo evidente del destino? No sería también ese enfrentamiento al destino parte del propio destino. Querer cambiar el destino puede ser algo que el propio destino quiera que hagamos, entonces entramos en la paradoja tan recurrente: si quiero moverme haré cumplir el destino, pero si me muevo intentando cambiar el destino probablemente no esté haciendo otra cosa que seguirlo.

Esta dialéctica es una estupidez pero en ella se asientan bastantes de las lógicas y de las falacias de la actualidad. Hagamos lo que hagamos, nuestro destino va a ser morir, así que... ¿para qué preocuparse?

...





ESTA NOCHE EN SAMARKANDA (cuento Persa) 
Farid al-Din 'Attar 

Una mañana, el califa de una gran ciudad vio que su primer visir se presentaba ante él en un estado de gran agitación. Le preguntó por la razón de aquella aparente inquietud y el visir le dijo:

-Te lo suplico, deja que me vaya de la ciudad hoy mismo. 

-¿Por qué? 

-Esta mañana, al cruzar la plaza para venir a palacio, he notado un golpe en el hombro. Me he vuelto y he visto a la muerte mirándome fijamente. 

-¿La muerte? 

-Sí, la muerte. La he reconocido, toda vestida de negro con un chal rojo. Allí estaba, y me miraba para asustarme. Porque me busca, estoy seguro. Deja que me vaya de la ciudad ahora mismo. Cogeré mi mejor caballo y esta noche puedo llegar a Samarkanda. 

-¿De verdad que era la muerte? ¿Estás seguro? 

-Totalmente. La he visto como te veo a ti. Estoy seguro de que eres tú y estoy seguro de que era ella. Deja que me vaya, te lo ruego. 

El califa, que sentía un gran afecto por su visir, lo dejó partir. El hombre regresó a su morada, ensilló el mejor de sus caballos y, en dirección a Samarkanda, atravesó al galope una de las puertas de la ciudad. 

Un instante más tarde el califa, a quien atormentaba un pensamiento secreto, decidió disfrazarse, como hacía a veces, y salir de su palacio. Solo, fue hasta la gran plaza, rodeado por los ruidos del mercado, buscó a la muerte con la mirada y la vio, la reconoció. El visir no se había equivocado lo más mínimo. Ciertamente era la muerte, alta y delgada, vestida de negro, el rostro medio cubierto por un chal rojo de algodón. Iba por el mercado de grupo en grupo sin que nadie se fijase en ella, rozando con el dedo el hombro de un hombre que preparaba su puesto, tocando el brazo de una mujer cargada de menta, esquivando a un niño que corría hacia ella. 

El califa se dirigió hacia la muerte. Ésta, a pesar del disfraz, lo reconoció al instante y se inclinó en señal de respeto. 

-Tengo que hacerte una pregunta -le dijo el califa en voz baja. 

-Te escucho. 

-Mi primer visir es todavía un hombre joven, saludable, eficaz y probablemente honrado. Entonces, ¿por qué esta mañana cuando él venía a palacio, lo has tocado y asustado? ¿Por qué lo has mirado con aire amenazante? 

La muerte pareció ligeramente sorprendida y contestó al califa: 

-No quería asustarlo. No lo he mirado con aire amenazante. Sencillamente, cuando por casualidad hemos chocado y lo he reconocido, no he podido ocultar mi sorpresa, que él ha debido tomar como una amenaza. 

-¿Por qué sorpresa? -preguntó el califa. 

-Porque -contestó la muerte- no esperaba verlo aquí. Tengo una cita con él esta noche en Smarkanda. 



Farid al-Din 'Attar.


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