Robotín de Google

30 de noviembre de 2014

En diciembre retomaré el podcast (y otras cosas)





En los juegos online a veces decimos, medio en broma medio en serio, que determinados jugadores son unos stats-whores. Esto es, que juegan solo buscando ser los mejores dentro de las estadísticas, por lo general, 10 veces más muertes provocadas que recibidas. Eso es una buena estadística y en eso consiste su juego, perdiendo muchas veces la gracia de probar cosas nuevas, arriesgarse a ser matado rápidamente, etc. 


Y yo creo que cuando llega la hora de publicar algo en Internet también pasa algo así, somos todos unos stats-whores. Estamos en busca de la mayor cantidad posible de visitantes y así lo atestiguan los datos en los blogs. Si un blog no tiene visitantes entonces no tiene comentarios ni interacción, entonces no sirve para mucho porque nadie puede leer nada. En mi caso, este blog no comenzó a tener un público habitual hasta hace unos 6 meses, momento en que me puse a escribir semanalmente. Luego, cuando decidí postear diariamente, las visitas casi se multiplicaron por diez y ahora estoy recibiendo unos 3000 visitantes únicos al mes. El post más visto, con diferencia, es aquel en el que hablo de los mejores métodos para sacarse el B2 (First Certificate) en poco tiempo y, además de lo bien que sienta poder recibir tantas visitas, también sienta muy bien ayudar a la gente.

El sentido de esto, por tanto, es dejar testimonio y que este testimonio sea leído por cuanta más gente mejor. Que nadie os engañe, los escritores lo hacen para un público. Si los escritores se bastasen a sí mismos entonces no publicarían. Esto no quiere decir que, en ocasiones, su necesidad de escribir se deba a una motivación personal e individual. Pero, una vez escrito, tampoco ven de más que la gente descubra qué han hecho.

Hay quienes quieren ser famosos y entonces hacen lo posible por ser unos (utilizando la acepción inglesa propia de los juegos online) attention-whores: los que buscan llamar la atención. Son aquellos que no dejan de dar por saco en Twitter retuiteando, pidiendo followers, prometiendo followback... En fin, imagino que una campaña de este tipo tiene que dar resultados muy pronto, no cabe duda, pero yo prefiero no caracterizarme por ser un spammer. Otros deciden seguir a mucha gente al mismo tiempo convirtiendo esta red social en una red ruidosa e insoportable. Yo la tengo a mi gusto, no sigo a más de 200 y me sigue la gente que voluntariamente ha querido seguirme. El contenido que publica la gente a la que sigo es valioso y ninguno de ellos me molesta porque yo los he elegido. El día en que dejan de ser activos o terminan de parecerme interesantes les dejo de seguir y ya está, eso no significa que me caigan mejor o peor, simplemente que ya no me interesan.

Esa es mi forma de uso de las redes sociales. Hay una "red social" que hace tiempo que no utilizo: el podcast. Me gustaría retomarlo, y lo digo claramente: tengo la intención de retomar el podcast. Pero para esto me gustaría antes tener ya mi nueva página web, con un dominio .com personalizado, y para esto he de terminar un midterm que tengo esta próxima semana y que me está quitando más tiempo del debido. Entonces será cuando me ponga a planificar este nuevo proyecto.

¿Qué habrá en el podcast? Lo que había antes. Quizá se vuelva bilingüista o quizá siga como hasta ahora. Hace ya un año y medio que no publico nada, desde que eligieron al papa Francisco (que, curiosamente, ha pasado este último fin de semana en Estambul). Lo que tengo claro es que hablaré en él de filosofía y de todos los temas que me preocupan en este mundo. Llevo 11 meses desde que he recuperado una de mis aficiones más importantes: la aviación. Quizá lo utilice también como medio de expresión de estas nuevas inquietudes. Uno de mis objetivos era entrevistar a más gente interesante, al igual que hice cuando, en París, hablé con un amigo sobre la Arquitectura del siglo XXI (lo considero uno de los episodios más interesantes e informativos que he hecho, quizá porque yo fui el que menos hablaba). En fin, todos son proyectos que tengo en mente y que espero llegar a cumplir en algún momento. De momento estoy contento porque mantengo mi compromiso de publicar aquí una vez cada día. 

Este mes pensaba iniciar el reto de Nanowrimo pero al final no lo he hecho, he preferido dedicar el tiempo a escribir aquí, preparar el libro que ya estoy editando y dedicarme a la universidad, porque esto de leer en inglés contenidos filosóficos no es una tarea nada fácil si uno no está acostumbrado. A veces me sorprende cómo nos diferenciamos los españoles del resto de europeos de, sobre todo, el norte. Preguntándoles, ellos están más que acostumbrados a leer en inglés y, de hecho (para los alemanes, sobre todo) prefieren leer en este idioma porque les es más fácil que en el suyo propio. Por no hablar de los turcos, que ni siquiera disponen de buenas traducciones a su idioma de las obras más importantes de la filosofía o de casi cualquier otra disciplina importante. Qué triste.

Así que pretendo terminar el año con varios proyectos nuevos ya comenzados y finalizar el primer semestre en el extranjero sin problemas ni muchos sustos. Luego me esperan unas largas vacaciones en las que aún no sé qué voy a hacer.

Os dejo el enlace a mi podcast por si acaso os apetece pasaros y escuchar algo más sobre los temas que me interesan: ENLACE

Francisco Riveira


En Estambul, Turquía.

29 de noviembre de 2014

Acción de gracias




Escuché una conferencia (que yo las escucho, no asisto a ellas, a través de la Fundación Juan March) hace varios años donde una mujer, ya famosa escritora, decía que había podido vivir toda su vida como una princesa gracias a haber estudiado, escrito y leído.

Efectivamente, eso es para mí vivir como un príncipe: escribir y leer. Tener todo el tiempo del mundo para estas dos actividades hace que el esfuerzo que haya que realizar para aprobar los exámenes sea un precio muy bajo a pagar. Que me paguen por estudiar filosofía, es decir, que me den una beca por hacer lo que más me gusta en el mundo, es como vivir en un sueño. Además, poder hacerlo fuera de la misma ciudad en la que había vivido durante 15 años es un lujo extra. Por no hablar de este año entero, que recién está comenzando, que voy a pasar en una de las ciudades más exóticas, llenas de historia y de gente magnífica como es Estambul. Este tipo de cosas, hace siglos, sólo estaban al alcance de príncipes, de aristócratas, de gente con mucho dinero, o gente con la firme convicción de que después se meterían a rezar a dios para poder estudiar todo lo que les diese la gana, bajo la obligatoriedad de no poder casarse, no poder ser libres, etc.

Pero que hoy, en el siglo XXI, una parte de la población podamos disfrutar de esto(si queremos), es un milagro que no ha sucedido porque sí sino por todas las revoluciones, manifestaciones y críticas a lo largo y ancho del planeta por gente más o menos realista que, sonase utópico o no, querían que cualquier persona, fuera cual fuese su condición económica, pudiese acceder a lo máximo en el mundo civil. Y aquí estamos, en mi caso se ha hecho realidad y aunque tener una carrera, o dos, o un idioma, dos, o tres (como es mi caso por el momento) no implica que se vaya a conseguir un trabajo asegurado, sí que es algo que en otros lugares del mundo, como Estados Unidos, no puede ocurrir gratuitamente. Que toda una sociedad como es la española haya estado financiando esta educación, que un organismo europeo, como es el que controla y gestiona las becas Erasmus, haya permitido que tanto yo como decenas de miles de otros jóvenes a lo largo y ancho de Europa sean capaces de pasar meses disfrutando y aportando a otras culturas y países, es algo indudablemente beneficioso tanto para ellos como para los demás.

Por tanto esto no es cosa de magia, ni un milagro como he dicho al principio del párrafo anterior. Es cosa de esfuerzos, muertes, sangre y violencia en el sentido apropiado. Porque, no lo olvidemos, que todo el mundo pueda acceder a esta educación ha producido no pocos sudores en aristócratas convencidos de que eran mejores que los demás. Porque también hoy hay gente que cree que hay que tener un mérito enorme, ser el mejor en lo que uno se proponga, para poder recibir una beca de este estilo (de las que permiten vivir dedicado al estudio). No, soy de los que piensan que no hay que competir por ser el mejor. Que yo lo haya hecho en determinados momentos no implica que eso tenga que aplicarse en el resto de los casos. Si todos intentan ser los mejores en lo que hacen entonces estamos impidiéndoles realizarse en otros ámbitos de la vida porque, no lo olvidemos, tampoco todo va a ser estudiar (también habrá que f... -parafraseando a Krahe). 

Darse las gracias a uno mismo es bastante risible y miserable. Uno mismo tiene para consigo un deber relativo. Soy de los que piensan que no es moralmente reprochable el suicidio puesto que nadie es nadie para decir si uno tiene que seguir sufriendo o no, por muchas teorías psicológicas que mantengan que a veces es mejor esperar y que, desde luego, el tiempo lo arregla todo. Así que si ni siquiera para con nosotros mismos tenemos el deber de mantenernos vivos, ¿qué menor será el deber de estudiar para ser más sabios? El inteligente puede que decida que el trabajo físico va más con su personalidad, con sus intereses, y habrá que determinar que así sea. El vago redomado hoy es más necesario que nunca para que, al menos, sirva como ejemplo de cómo no ser. Y no voy a ser yo el que haga una nueva apología de la pereza. Soy de los que piensan que la pereza es cada vez más necesaria, es hospitalaria con un pensamiento del decrecimiento, o del crecimiento moderado... compatible con una economía más preocupada por la sociedad que por los voraces mercados y mercachifles que los mantienen.

Por eso las gracias tienen que ser, siempre, a los demás. Los demás son los que nos mantienen así, los que permiten que comamos, que tengamos la educación que poseemos, los que pagan impuestos y nos dejan estudiar tranquilamente, esperando o no que un buen día demos eso de vuelta. 

Hay gente que desconfía de los que estudiamos humanidades. Es normal ya que ahora el pensamiento es contrario a las carreras que no crean seres productivos ni productores de material o de capital. Hay otros que dicen que creamos capital humano, ¡qué binomio más feo! Pero no, ni siquiera eso. Yo no pretendo crear ningún tipo de capital, de consumible, con mis futuros pensamientos sobre la parte de la filosofía en la que estoy más interesado (Filosofía de la Ciencia). Pretendo dar luz sobre los asuntos, o ser un historiador de una de las realidades más sobresalientes de la humanidad, una de sus más grandes y efectivas construcciones.

Y por ser capaz de hablar de ello, por ver en el futuro una mínima (o máxima, quién sabe) posibilidad de ser profesor y de cumplir mi sueño y seguir leyendo, escribiendo y enseñando (que es mi tercera pasión), doy gracias hoy a todos los que las quieran recibir.

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

28 de noviembre de 2014

Sobre la selección artificial y un mal ejemplo de periodismo científico



La desinformación científica en los medios digitales es cada vez más patente. Al proliferar webs sobre cantidad de temas podemos ver que la calidad no siempre va de la mano. En casos como el mío (un post de política y filosofía -y demás-) si uno está equivocado respecto a algo tampoco pasa nada, nadie hace caso y ya está, no perjudicamos a nadie. Sin embargo, ¿podemos decir lo mismo de los blogs sobre salud? 


Cuando uno escribe en un blog sobre salud tiene que tener bastante cuidado con lo que dice. Yo puedo escribir aquí diariamente porque también me sirve para reflexionar (a veces en todo el día no tengo tiempo para esto, ¡incluso estudiando filosofía!) pero también porque los temas son variados, no necesitan una preparación extrema y me vale con saber un poco del tema para soltar algo que creo interesante y útil. Pero no, un blog de salud no es igual. En un blog de salud no se puede soltar lo primero que a uno le pase por la cabeza porque eso sí que implica que haya lectores que se crean informaciones equivocadas (con o sin mala intención) y entonces así comienzan los bulos, la incultura científica de la mayoría de la población y las no pocas teorías de la conspiración sobre ciencia, los científicos y las instituciones y empresas científicas (que algunas sean ciertas no implica que este espíritu general conspiranoico, algo fácilmente constatable en cuanto uno navega un poco por Internet, sea una equivocación).


¿Qué quiero decir? Que los periodistas científicos tienen que exigirse a sí mismos una calidad suficiente (ya que, está claro, no hay nadie por encima de ellos que coteje lo que han dicho, incluso en periódicos importantes y con presupuestos millonarios detrás).

El primer paso es no publicar cualquier cosa que a uno le pase por la cabeza. 
Normalmente estos blogs y artículos suelen ir de la mano de la actualidad. Me parece muy bien, como periodistas tienen que ayudarnos a comprender el presente (son como los historiadores del presente). Pero a veces queriendo ir muy rápido para darnos esta información se pierde el ejercicio obligatorio para cualquier periodista (o así debería ser) que es informarse. Ni más ni menos. E informarse no en lo primero que uno se encuentre por la red sino en revistas adecuadas y fuentes primarias, directas, de los propios investigadores si es preciso.

Está la fiebre de sacar noticias referidas a una o dos conclusiones que un estudio ha elaborado. El problema de citar estudios en particular es que se pierde el horizonte del estado de la cuestión. Al decir, encima, que "la ciencia dice tal", al escribir estamos esgrimiendo un argumento de autoridad. La ciencia no funciona con estudios particulares sino con la conjunción de todos ellos y, sobre todo, su falsación a posteriori. Es más valioso para la ciencia no lo que se descubre por primera vez sino lo que se demuestra falso (v. K. Popper). Por tanto, el periodista científico que se preciase tendría que seguir este método de dar las noticias (tengo ejemplos buenos, por ejemplo, el mejor para mí en España es Manuel Seara Valero, con su programa A hombros de gigantes.).

Hoy leo esto en un blog de salud y de gastronomía. Se habla en él de que los pollos son ahora 4 veces más grandes que hace medio siglo. ¿Por qué han aumentado de tamaño? Por algo que la humanidad lleva haciendo desde que supo sumar uno más uno: la selección artificial. De este modo, seleccionando los mejores animales de cada generación y uniéndolos entre ellos, se conseguía mantener los genes (alelos) que favorecían determinadas características favorables para, por ejemplo, el estómago de los humanos. ¿No es cierto que cuando más grande es el animal que comemos, mejor vivimos? O, en el caso de los caballos de pura raza, ¿no es cierto que son más veloces, ágiles y dóciles los seleccionados artificialmente? 

Pues bien, la escritora de este post decide, al más puro estilo Mariló Montero con el alma del criminal, mostrarnos sus temores:

"Después de descubrir que hoy en día los pollos son hasta cuatro veces más grandes que hace cuatro décadas me invade un mar de dudas. Aunque los investigadores afirman que no hay ningún perjuicio para nuestra salud porque no se les ha hormonado, no logro desprenderme de la desazón que me produce cualquier tipo de intervención o manipulación ¿y vosotros?"

Nosotros, que estamos bien informados, no sentimos miedo ante la manipulación porque, aunque esta palabra suene mal, es la que nos ha llevado al nivel de evolución y desarrollo tecnológicos en los que estamos. Si no hubiésemos manipulado la naturaleza a nuestro antojo ahora seguiríamos viviendo en las cavernas, esto es un hecho. 

Este tipo de posts son los que llevan a la desinformación, al miedo irracional y a la desconfianza en las personas que menos sospechosas pueden ser de, voluntariamente, hacernos mal a los demás: los científicos.

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía

27 de noviembre de 2014

Vídeos de mi primer trimestre en Turquía

Hoy me gustaría compartir en un pack completo los vídeos que he grabado en estos tres primeros meses en Turquía. De vez en cuando está bien tomarse un descanso tanto de escritura como de lectura y hoy creo que es un buen día.

Espero que os gusten y nos vemos la próxima ocasión.





Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

26 de noviembre de 2014

Qué hay detrás de los contrarios a la Renta Básica




Cuando somos pequeños un modo de sobrevivir en los entornos sociales es haciéndonos homogéneos, siguiendo modas, copiando formas de hablar y de actuar. Los grupos son parte principal del desarrollo del individuo porque le permiten socializarse correctamente. Es muy claro que una carencia en este sentido puede resultar en dificultades en la vida adulta para mantener relaciones sanas y provechosas.

Esta es la teoría. Es una teoría psicológica (psicología de grupos) que se aplica casi de manera universal. En psicología de grupos hay un punto de partida según sea el país al que este grupo pertenece. Se suele decir que en los países asiáticos se tiene una preocupación más fuerte por la sociedad que por el individuo en concreto mientras que, en los países del primer mundo occidental, donde el modo de vida liberal ha hecho mella, las personas se preocupan más por sí mismas, por sus vidas y por sus proyectos, sin pretender en ningún momento que lo que hagan pueda facilitar la vida a los demás.

No hay más que ver qué ocurre cuando se propone la renta básica en países como Suecia. Podría decirse que votar no a una propuesta como esta tiene más que ver con un egoísmo criminal que con una reflexión profunda sobre la situación de los habitantes de un país. Sin embargo, sí que los hay, sí que hay argumentos en contra, argumentos que de alguna manera basan sus razones en teorías económicas (liberales) y en supuestos cuidados hacia aquellos que más beneficiados resultarían de tales medidas: votamos en contra de que tengas un poco de dinero para sobrevivir dignamente y que no aceptes cualquier trabajo basura porque si no la economía entrará en inflación, los empresarios sufrirán mucho y, la más importante y mentirosa (al menos en España), si te damos dinero entonces podrás hacer el vago ya que nada te obliga a molestarte en encontrar un trabajo.

Cuando hablamos de gente que pasa hambre mis alarmas se activan. Hay formas y formas de discutir la cuestión de la renta básica universal y, de hecho, no es una solución que se haya inventado ahora. Me da que la mayoría de las críticas a esta vía de solución de los problemas más graves de la sociedad moderna (el hambre, la pobreza) tienen menos de compasivas y empáticas que de teóricas del librillo de las más modernas escuelas de negocios y economía.

Aquí no discutiré las buenas razones en contra, discuto esa intención intrínseca, ese odio irracional (o basado en patrañas) que nos motiva a llamar a la gente vaga antes de que lo demuestre, que nos hace actuar como adivinos sobre realidades que, en nuestra sociedad, nunca se han llevado a cabo. Cuando la mayoría de personas que critican esta renta básica lo hacen basados en que es una medida utópica porque promoverá la "naturaleza" egoísta y vaga de todos los seres humanos al mismo tiempo están definiéndose a sí mismos como egoístas y vagos. Egoístas en puestos de importancia, vagos de puertas hacia dentro. Más daño hace el que trabaja toda su vida para enriquecerse a costa de los demás que el pobre vago que vive de las sobras de los dueños del mundo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

25 de noviembre de 2014

"La sonrisa etrusca", una carta de amor de José Luis Sampedro



En este blog suelo hablar siempre de filosofía y de política. Dentro de la palabra Filosofía encontramos la raíz griega filos- que significa no sólo amor sino también tendencia hacia algo, interés, cuidado... Me parece que definir a la Filosofía como el amor por la sabiduría es injusto porque ella es mucho más. Pero hoy no quiero meterme en esas piruetas semánticas y etimológicas.

Aquí hablamos mucho de lo que pensamos que es sabiduría, pero nunca de ese amor. Ese amor por lo que uno hace, por lo que uno se ve motivado a seguir viviendo. Todos, hasta los más teóricos, tenemos un poco o un mucho de esta materia invisible que ha movido el mundo y que lo seguirá moviendo. A Fukuyama podríamos contestarle con esta frase a su célebre sentencia que daba por terminada la historia: mientras haya amor, mientras haya afectos entre los seres humanos, seguirá funcionando la historia. 

Pero sin pretender explicar el amor de una manera vergonzosamente pueril, como así ocurre en películas como Interstellar ("el amor es la quinta dimensión"), quiero detenerme en un amor más particular, más humano, sin más pretensiones.

El libro de Sampedro que he tenido la oportunidad de leer me lo presentó una de las últimas novedades de Amazon: Kindle Unlimited. Estaba buscando algún libro cortito que estuviese escrito por un español al que nunca había leído y surgieron dos nombres: Goytisolo y Sampedro. Comencé con el primero pero no llegué a terminarlo (Estambul otomano), sin embargo con Sampedro inicié la lectura y estuve enganchado hasta el final.

Pero acontece que no es un libro al que estar enganchado por una trama que atrapa. Desde el primer momento uno sabe qué le va a ocurrir al protagonista, un anciano italiano que combatió en el bando anarquista en la época de la SGM y a quien, tras haberle sido diagnosticado un cáncer, sus hijos deciden sacarle del pueblo para que pase sus últimos meses de vida en su casa de Milán. 

Es aquí donde el protagonista de la historia descubre la dulzura de la vida, especialmente a través de su nieto Bruno. La transformación que opera este anciano, Salvatore Roncone, tras conocer a su nieto, es más que notoria. De repente llegan a su vida dos o tres situaciones que trastocan por entero su sistema moral, su sistema afectivo. Pasa de ser un viejo gruñón e insensible, no maleducado sino falto de educación... a crear unos soliloquios en la compañía de su nieto de un año, durante las noches, mientras la "Rusca" le ataca poco a poco las fuerzas. Estos soliloquios, auténticos monólogos interiores al estilo de Delibes (se nota que Sampedro tenía interés por los literatos de su propio país), eran cartas de amor intergeneracional, dirigidas a su nieto que aún era incapaz de comprenderlas. Para él, para el viejo, esos momentos nocturnos donde hablaba a través de sus pensamientos a su nieto dormido, eran sanadores, eran vivificadores, hacían de su estado una cuenta atrás con sentido.

Ese sentido es el Ivan Ilich no supo encontrar hasta que llegó su último minuto de vida. La existencia del personaje de Tolstoi había sido tan penosa e inauténtica que tuvo que sentir el dolor para darse cuenta de ella. El personaje de Sampedro, sin embargo, pasa por la misma situación pero con un espíritu y ánimos distintos.

Es el amor, en este sentido, un buen fármaco, un buen efecto placebo. 

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.


24 de noviembre de 2014

La economía al servicio de las personas


No hay cosa más irritante que escuchar hablar a un liberal sobre economía. Pertenecer a una escuela determinada parece otorgarle una inmunidad ante cualquier comentario crítico. Lo peor es que hay títulos que corroboran que, como poco, sabe algo de economía. Es cierto, hay liberales titulados y, por desgracia, son la mayor parte de ellos.

La economía comenzó a ser una ciencia social hace relativamente poco. Se fue conformando especialmente en el siglo XIX y con Marx giró hacia un modo de entender el mundo del capital mucho más preocupado por los efectos de las políticas que por las políticas mismas. De ahí tal cantidad de revoluciones a finales de su siglo: se confrontaban el viejo modo de entender las relaciones de poder (económicas) y las nuevas teorías, dando como resultado inquietantes eventos sociales. 

Las ciencias naturales no están al servicio de nadie pero creo que las ciencias sociales sí que tienen que estar al servicio de las personas, tienen que servir para algo, para algo bueno.

Y cuando admitimos que la economía sirve para enriquecer y no para repartir los bienes de los que disponemos (tanto naturales como culturales -tecnológicos, etc-) entre aquellos que los necesitan de verdad, entonces estamos alejándonos de una concepción de la economía práctica para hablar de una economía teórica y descriptiva. La economía tiene que servir para emancipar. Tiene que estar a nuestro servicio y así tiene que comenzar a verse en las escuelas donde se aprende. 

Las universidades hablan de economía con números, explican cómo funciona el mercado, cómo se trabaja en un banco, cuáles son las operaciones bursátiles, etc... pero no todos los que salen con un título en economía han podido ver la otra parte. Si preguntas a un estudiante de economía (o de ADE, estos últimos, sobre todo, son los más despreocupados por el bien de los demás) por qué hace lo que hace no siempre te contestará que tiene un interés social sino que quiere tener un trabajo rápido, que quiere hacerse rico, que quiere aprender a jugar en bolsa, especular... La corriente de economistas preocupados por la sociedad es hoy escasa pero emergente.

Al igual que los profesionales de la salud siguen el código deontológico tendríamos que crear uno similar para los economistas. Estos pueden ser los salvadores de la humanidad o los que terminen de condenarla para siempre.

Uno de los economistas críticos con las políticas neoliberales en España fue Jose Luis Sampedro. Mañana comentaré el libro que he leído ("La sonrisa etrusca") pero hoy quería detenerme en este aspecto particular de su personalidad (muy completa y consecuente con sus principios). Como resumen, Jose Luis Sampedro nos avisó a todos de que la economía había estado en manos de los enemigos de la sociedad durante demasiado tiempo. Los nobeles de economía, los teóricos, y la mayoría de los libros que se estudian hoy en día partían de un principio básico (el profit) sin ocuparse para nada de las consecuencias que aquellos presupuestos económicos podían tener en la sociedad real.

Es algo muy común que una ciencia social comience a especular sobre otras teorías y que al final acabe por no señalar ninguna realidad concreta. Esto es así porque las ciencias sociales no siguen los mismos mecanismos de verificación que las naturales. Los papers sobre economía suelen dar vueltas sobre realidades concretas que son vistas a través del cristal de una teoría en particular. Las teorías en economía suelen ser siempre insuficientes ya que ninguna ciencia social (por mucho que utilice las matemáticas) es capaz a día de hoy de describir hasta las últimas consecuencias los fenómenos que pasan por su mira.

Cuando estas semi-ciencias son intuiciones para aplicar una tecnología concreta (en este caso, políticas económicas) y los economistas hablan desde la altura de su cátedra como "especialistas" hay que poner mucho cuidado. No tenemos que dejarnos engañar.

...

Este artículo viene a colación de tres intereses importantes que tengo en estos momentos: el proyecto intelectual de Sampedro, el estatuto científico de las ciencias sociales y el fenómeno Podemos y la campaña de desprestigio que todos (desde todos los flancos posibles) están elaborando contra ellos.

Sobre este último tema pude ver hoy un artículo donde se decía todo lo contrario. Hasta hoy se ha citado a los economistas que afirman que las propuestas de Podemos (quiero apuntar que, en calidad de anarquista, soy muy poco sospechoso de apoyar a Podemos) no se pueden poner en marcha porque entrarían en conflicto con el mercado, con las agencias de calificación, con los organismos internacionales que regulan la economía en Europa, etc. Todos estos intentos de deslegitimar un programa político (que quizá todavía no esté formado, eso me da igual) tienen una intención no científica, ¿acaso pensaba alguien que los periódicos y los articulistas escribían buscando la verdad por sí misma? ¡Ja! La intención es desprestigiar, es cortar las alas al pájaro antes de que pueda llegar a salir del nido por primera vez. Pero se utiliza aquí, como muchas otras veces, una herramienta poderosísima por su supuesta objetividad: la ciencia de la economía. 

Como ya he explicado, cualquiera que tenga un poco de sensibilidad ante estos temas sabrá que la economía que aparece en los telediarios y que nos intentan meter a empujones en el cerebro es una economía que no tiene mucho que ver con la micro-economía, con la economía doméstica que es, al fin y al cabo, la que a la mayoría de personas nos interesa.

Pero de repente aparece un artículo en que se dice todo lo contrario. Se dice que desde el "Financial Times" apoyan a Podemos porque tiene todo el sentido del mundo querer deshacerse de la deuda. Y digo yo: aunque esta idea no estuviese apoyada por ninguna teoría, ¿llevarlo a cabo o intentarlo al menos no sería lo éticamente aceptable? Navegando un poco más uno encuentra que el economista que escribe eso no es, ni mucho menos, una asociación en búsqueda de la verdad objetiva (como así es la delirante pretensión de programas como El Objetivo de Ana Pastor). Es, sin embargo, un reconocido periodista económico que ha escrito varios libros sobre la importancia de una economía dedicada a las personas (Wolfgang Münchau). 

Así que citar artículos según convenga a nuestros intereses, compartir por redes sociales lo que mejor pensemos que nos representa y, sobre todo, basarnos en puntuales estudios científicos o científicos sociales para apoyar nuestras tesis, es algo que no recomiendo a nadie. Por encima de eso está la ciencia social. Tenemos que comprender que esas ciencias son maleables ya que las creamos nosotros, y sólo por ser así tienen que ser sospechosas. Otra discusión es que yo prefiera una teoría sospechosa pero que al menos intente erradicar la desigualdad. Ahí ya está actuando esa deontología que propuse al principio de este post.

Y para rematarlo, os dejo con un vídeo de Sampedro hablando de la economía que creemos buena.





Que nunca la realidad social demostrable o las teorías egoístas encumbradas por la codicia puedan con nuestro deseo de crear una sociedad más justa y libre.


Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

23 de noviembre de 2014

Cosas que mejorar en la Filosofía de Bachillerato



Creo que hay que enseñar más sobre lógica y sobre filosofía del siglo XX que sobre los escolásticos y curas venidos a filósofos de la Edad Media. Al menos así son los currículos de bachillerato. Desde hace años son los mismos y sólo hay pequeñas variaciones en la Modernidad: algunos meten a Hobbes, otros a Hume...

Presocráticos, Platón, Aristóteles. Algún teólogo. Descartes y Kant. Marx y Nietzsche.

Así vista, la Filosofía parece seguir un recorrido muy marcado. Las superestrellas filosóficas son, sin lugar a dudas, importantes. Sin ellas no se entendería la mayoría de las cosas que hacemos hoy en nuestras vidas, en nuestras sociedades, en la ciencia en general, en política, en literatura... Cualquiera tendría que conocer mínimamente a estos autores si quisiese comprender el mundo que le ha tocado vivir, y cualquiera durante los siguientes siglos tendrá que hacerlo, porque la filosofía, si tiene algo interesante, es que no entiende de modas. Siempre llueve sobre mojado y, por tanto, siempre se construye sobre algo previamente estipulado.

Creo que es difícil decir algo original pensando al modo cartesiano. Dentro de nosotros no hay más de lo que no hayamos metido antes, pero la labor de la introspección a veces es necesaria. Hoy no somos muy dados a esta meditación, y todos aquellos que dedican horas a esa actividad parece que están perdiendo el tiempo. En parte sí, en parte no. Es su tiempo.

Están los presocráticos y yo los veo como unos predecesores de la ciencia moderna. Algunos, con intuiciones muy felices, tuvieron la capacidad de describir el mundo. Pero hay que observar sus predicciones y teorías con cierte desconfianza: ni podemos decir que fueron los anticipadores de la mecánica cuántica ni podemos decir que su concepción del átomo fuese la misma que la que ahora se tiene entre la comunidad científica. Hay un salto histórico que muchas veces se obvia (vistos los comentarios en Twitter de estudiantes de la filosofía de bachillerato): esos personajes no tenían las mismas inquietudes que nosotros. La aproximación histórica no sólo tiene que venir de una narración plana de los hechos en que se vieron envueltos. Por ejemplo, me importa bien poco que Platón fuese a Siracusa a ayudar con sus conocimientos si no se me presenta antes cuáles eran sus motivaciones y cómo, tras unos cuantos años ahí, fue rechazado y casi mandado a morir. No me interesa que Kant fuese un fanático del orden sino cómo ese orden crítico, que él creó, dio fin a muchas de las estupideces dichas antes por los metafísicos. Tampoco me interesa la estufa cartesiana si no se enfoca su estudio desde una visión matematico-céntrica de la que podemos extraer hoy en día numerosos consejos para no caer en los mismos errores.

Marx y Nietzsche se dejan para junio porque son demasiado contemporáneos (sic.). No hay más que ver lo que sabe un país que ha estudiado el bachillerato del marxismo: puras ideas preconcebidas, frases sacadas de contexto que pretenden dictaminar sentencias universales, etc. 

Nietzsche acaba mejor parado. Todo aquel con un poco de rabia contenida ante los cristianos se siente seducido por sus planteamientos y por su poesía (yo creo que Nietzsche hacía más poesía que otra cosa). Su parte filológica es abandonada una vez que los intereses van hacia otros ámbitos.

Esto es lo peor de los estudios de filosofía en bachillerato que, por querer encontrar su estatuto a lo largo de tantas épocas distintas y de la mano de tan poquitos autores, acaba por perder su contexto y deja de verse como una disciplina interesante. Es entonces la criticona, pero la criticona destructiva, porque la filosofía vista exenta del mundo es no pura palabrería pero sí vana discusión sobre una materia que se sostiene y da vida a sí misma, como el Barón de Münchhausen.

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

22 de noviembre de 2014

Cómo me organizo



Uso dos herramientas para organizarme: Google Calendar y Google Drive.
Luego hay otras más secundarias que estoy comenzando a utilizar pero siempre acabo volviendo a las primeras. Las uso desde el 2010, año en que necesité organizarme mejor para sacar adelante los cursos de bachillerato.

Me organizo para estudiar, pero estos consejos valen también para los que trabajan o para aquellos que estudian y trabajan.

Lo primero que hago es crear eventos en Google Calendar con los horarios fijos y repetidos que tengo a lo largo de un semestre o un año. También marco las horas de dormir porque así son más visuales los momentos libres que me deja cada día. En Google Calendar es muy sencillo crear un evento y repetirlo durante semanas o meses. Los que lo quieran hacer todo a mano tienen que dedicar más tiempo para repetir estos eventos. Y lo bueno de hacerlo con Google Calendar es que hoy todo el mundo tiene un móvil con Android y esas notificaciones son instantáneas, así que no hay excusa para no saber lo que uno tiene que hacer en cada momento del día.

Como digo, el primer paso es saber los horarios fijos: de descanso, de clases, de trabajo... Esas son horas que no podemos evitar a lo largo de cada semana. Lo interesante viene con el resto de horas que nos quedan libres.

Mi método aquí es organizarme desde el primer día para saber con semanas de antelación cuándo hay que entregar los trabajos o cuándo son las fechas de los exámenes. En la Universidad avisan de estas fechas con suficiente antelación así que no hay excusa para no estudiar con tiempo o preparar un ensayo tranquilamente. Este tipo de organización sirve, ante todo, para no estresarse y para crear una rutina de estudio y trabajo durante el tiempo, de modo que si un día no podemos hacer todo lo que queremos, no ocurra nada malo... evitando dejar todo para la noche antes de la prueba o día de presentación.

Una vez que sé los exámenes o trabajos que tengo entonces toca crear un documento en Google Drive. Este documento lo meto en una carpeta donde está bien descrito el grupo en que se encuentra. Si, por ejemplo, tengo un examen de turco en un mes, crearé un documento dentro de "Clase de turco para extranjeros" y lo titularé "Organización para el examen final" o "Estudio - Clase de turco para extranjeros".

Dentro de este documento suelo comenzar con la organización en serio. Dependiendo de la importancia o de la dificultad de la asignatura le dedico más o menos horas. Si el examen no es muy complicado, le dedico unas 15 sesiones de estudio, equivalente a dos semanas dedicando de media hora a una hora diaria. Si el examen es final, entonces lo multiplico a mi gusto. El caso es que en tu Google Calendar esas sesiones queden reflejadas y bien separadas en el tiempo, de modo que poquito a poco vayas completando el estudio y llegues al día del examen con mucha calma. 

Hay gente sin fuerza de voluntad. Yo he sido una persona así durante mucho tiempo pero gracias a esta forma de organización el calendario de Google ha sido una segunda conciencia mía (creada por mí, a mi gusto) que me recordaba sin falta qué tenía que hacer a cada momento.

La herramienta más útil de productividad es, al menos para mí, este calendario.

Hay gente que utiliza aplicaciones de tareas, como Any.do. Yo he estado utilizando esta aplicación durante unas semanas pero no es tan llamativa como Google Calendar. La posibilidad de postergar la realización de los eventos es demasiado sencilla y apetitosa mientras que, en Google Calendar, tienes que intentar que el evento que no vas a hacer en determinado momento pueda entrar en otro día y otra parte de tu calendario. Y si tu calendario está hasta arriba de actividades esto es casi imposible.

Se trata, con este método, de mostrar gráficamente las actividades  que realizaremos a lo largo de toda una semana (o un mes, dependiendo del alcance de la organización).

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.


21 de noviembre de 2014

Comentarios a una conferencia de Emilio Lledó - Segunda y última parte






El primer nivel de felicidad es una cierta inconsciencia en alguien del que no depende de nosotros ganar su gracia. Tener bienes materiales te convertía en alguien feliz. En un mundo durísimo existían aquellos que tenían unos diosecillos que les eran más propicios que a otros. Ahí nació el primer latido de la palabra felicidad. Aquí aparece el elemento de la inestabilidad: el eu-daimon da cosas a muchos pero también las quita. El destino es tan inestable y contradictorio que sólo desde el fin de nuestra vida podemos estar seguros de nuestra suerte. Lo evidente es que en estos primeros textos el centro es el yo: el cuerpo o la vida. No es el tener mucho lo que caracteriza al hombre sino el desear mucho (aun teniendo mucho), esa es la inestabilidad de los bienes. 


En los textos griegos siguientes el término eudaimonía no tratará ya de un buen demonio sino que ese término se sustantiviza, se hace abstracto y se convierte en eudaimonía. En ese segundo estadio en que ya no es un dios que nos ha caído en suerte entra a funcionar otra característica fundamental: la interiorización de la eudaimonía. En el fragmento 170 de Demócrito, a finales del siglo VI, se habla ya de la eudaimonía tes psychés (felicidad del alma o, mejor dicho, estado de plenitud que puede tener la interioridad del hombre). El daimon es el propio carácter del hombre: la felicidad es lo que uno mismo ha logrado. Aquí está el horizonte de las posibilidades pues no se trata de una realidad objetiva sino de si me dejan realizar esas posibilidades. Ser hombre es tener suerte, ser feliz. Todo lo que yo he hecho con mi vida se convierte en mi ethos: una especie de traje interior, confeccionado en el roce de mi propia vida. Aquí aparece la experiencia, la “aquendidad”. Para Tales de Mileto ser feliz exigía tener, como decía Alberti, un “alma navegable”, un cuerpo sano, en que no hubiese nudos impertinentes y viejas cuestiones por resolver, un cuerpo bien educado (con buena paideia), un cuerpo sano y armónico con un alma capaz de superar sus propios tropiezos. 

En esta teoría de la felicidad hay un salto más justo después de este momento de la interiorización: en ese alma que se analiza a sí misma (un nous que controla a un thymos) descubrimos que lo útil para mi vida es útil para alcanzar la felicidad: aparece la propiedad. El problema de la utilidad empieza a surgir como un componente fundamental de felicidad, un componente que ese nous mío (capacidad de reflexionar o de controlar a los instintos) descubre: en el centro de la felicidad está lo útil. Pero resulta que con esa búsqueda “egoísta” de lo útil estoy desarmonizando el tejido social en el que necesariamente estoy inserto (en tanto en cuanto también estoy inserto en un lenguaje). Aquí surge el control de lo útil que paralelamente puede entrar en conflicto con el otro.

Llegan ahora los dos términos fundamentales de lo que se llamará el pensamiento ético: areté y agathós. Cuando nace el agathós el hombre bueno no es moralmente bueno tan solo sino que es el útil, lo capaz de producir cosas. Este hombre bueno o agathós, por tanto, sería el capaz de producir cosas. La palabra areté se “maltraduce” por virtud pero virtud en nuestro lenguaje connota unos significados que no tenía esta palabra en su momento: significa noble, persona que tiene prestigio... era una “excelencia” humana, una superioridad no por lo material sino por lo ético.


Así como el daimon nos proyecta directamente en el mundo de lo íntimo, areté y agathós nos proyectan en el mundo de la colectividad. Esto ya tiene que ver con la comunidad, de ahí la importancia de la timé (la honra), del ser en los otros, pues necesitamos el juicio de la comunidad para ser nosotros. La felicidad necesita la confirmación de los otros: se necesita el juicio de la comunidad para ser nosotros. Ser feliz es “ser dicho” feliz. Hay que vivir el “yo” en la conciencia del otro. Dice Lledó que hay textos de esa época en que se puede leer esto, aunque parezcan anacrónicos planteamientos por ser más propios de la Modernidad.


Aquí aparecerá otra nueva inversión desde los inicios de la teoría de la felicidad: hemos visto primero la posesión de bienes, luego la propiedad, posteriormente el reconocimiento que cuenta con el otro y que no se satura en sí mismo... pero hay un momento definitivo en esta prehistoria de la felicidad que es la que encarna la palabra griega sofrosyne: pensar sanamente. La salud del cuerpo es la que está sirviendo de patrón (no es una mera metáfora bella): no exponernos a peligros inútiles, cuidar el cuerpo pues este es el centro y da armonía a los elementos de nuestro propio yo... Todo eso encierra esa palabra. Sofrosyne es un tipo concreto de sabiduría cuyo objetivo no es el bien sino la armonía, es decir, equilibrarnos. Lo bueno ya no es algo dado objetivamente sino que es una realización de lo propio: de aquí el famoso gnóthi seautón, no significa “conócete a ti mismo” sino “estúdiate para saber bien quién eres y, así, poder enlazarte con los demás”. Por esto el mundo tiene que hacérnoslo posible. El hacer no es sólo hacerme a mí sino establecer una serie de vinculaciones que acabaran en eu pratein (un buen hacer) y no únicamente en un eu daimon. Salimos de la órbita de la resignación ante el otro que posee tanto, de la órbita del puro gozo en el propio yo sino que salimos de él para enlazarnos con el mundo y convertir la felicidad humana no en el resultado de un gozo subjetivo sino en una energía creadora. Así acaba la conferencia.


Cuando hablamos de las cuestiones de “lo mismo” o “lo otro” (la alteridad) en el mundo griego no hemos de caer en anacronismos y pensar que se refieren a lo que en el siglo XX con filósofos como Lévinas o Sartre (versión judía y existencialista del problema, respectivamente) se estudió como “el yo” y “el otro”. Esta segunda acepción implica una actitud política que, aunque se encontraba en potencia, los griegos no descifraron de la misma manera que nosotros entendemos ahora, es decir, la idea del otro como autoconocimiento, como espejo en que nos miramos para realizarnos. 

Sin embargo, la cuestión de la felicidad como fundamento de la política, que es lo que Lledó trataría en las siguientes conferencias, sigue hoy en día en la portada de todo proyecto ético. Por tanto la política debe procurar dar respuestas a este fin en sí mismo que es ser felices y no detenerse tan solo en los aspectos puramente económicos que, si bien son fundamentales para controlar y administrar los bienes, no suponen la última palabra en el rango de preocupaciones humanas. No sólo de pan vive el hombre.

20 de noviembre de 2014

Comentarios a una conferencia de Emilio Lledó - Primera parte







Emilio Lledó va a hablar en esta serie de conferencias de un binomio contradictorio, Mucha gente piensa que ambas cosas, política y felicidad, no tienen nada que ver la una con la otra. Lledó ve que esencialmente tienen algo que ver pero que no se puede soslayar esa intuición primaria del hombre actual que contempla que no son únicamente conceptos contradictorios sino que pertenecen a campos totalmente divergentes. Para abordar el problema plantea la oposición entre ambos conceptos y si la felicidad o la política es paralizadora o incompatible con su respectiva. Lledó querrá levantar ambos términos de la presión que ha caído sobre ellos para ver si existe una carne histórica en ambas palabras pues parece que cuando un concepto es tan manido pierde su sentido. En el ámbito de la vida podemos olvidarnos de que esas palabras no sólo viven en la temporalidad inmediata en que yo las pronuncio sino que ha habido épocas en la que estos términos surgían a la intemperie y se hacían vivos, alimentados por su tiempo. Va a tratar Lledó de estos conceptos, utilizados por nosotros mas no inventados (he aquí el problema). Habrá que ver si es posible “oírlos” en aquel ámbito cultural en que nacieron y así enriquecer nuestro presente con la voz “perdida” de aquel pasado. Hay que ser consciente de que esas voces del pasado siguen vivas, voces en las que, precisamente, se encierra la única posibilidad de que el hombre tenga pasado. No podemos ver esos textos aplastados por su propia textualidad sino que hemos de dejarlos emerger de sus circunstancias y de sus problemas, si no lo hacemos así estaremos partidos en una extraña temporalidad. Leer un texto es poner el oído en su época para evitar esa trivialización conceptual (lectio facilior) en la que estamos sumidos tan a menudo. 

Estar informado no quiere decir estar pensando, en nuestra época podemos tener datos por mil medios diferentes pero en absoluto solo informarnos caracteriza la esencia del ser humano, que es pensar. Por ello la filología no supone tan solo el amor al lógos sino también connaturalidad y proximidad, un cultivo del texto (no del texto en tanto que el texto) o un retrotraerse hacia el pasado y ponerse en situación determinada para alimentar nuestro presente. Se trata de un diálogo en que nos oímos a nosotros mismos y en que el interlocutor no nos escucha. El olvido del texto como algo vivo, para Lledó, es una de las enfermedades del presente: el embotamiento del sentido de esa voz.

Lledó cree que hay una distorsión ontológica, del ser mismo, del hombre mismo. No sólo no sabemos comunicarnos sino que no sabemos ya oír. La función del hombre no es saber sino crear, no recibir sino crear, pues según Aristóteles la vida es fundamentalmente práxis. Este deterioro ontológico es el que lleva, según el profesor Emilio, a la contraposición entre los conceptos Política y Felicidad. 


Ambas palabras surgieron en Grecia y el lenguaje surge porque la realidad lo exige. Estos textos que dan luz sobre nuestro asunto tienen un carácter simbólico (en el sentido griego: un pedazo de algo que se daba a otra persona para que, al cabo de un tiempo, ambos trozos pudiesen coincidir y así reconocerse). Llega un momento en que los textos de los grandes filósofos se solidifican y no nos sugieren nada más: este es el peor favor que les podemos hacer, al parecer de Lledó. Para Heidegger el lenguaje es la casa del ser, tesis parecida a la que sostenía Platón cuando decía en el Fedro que el lenguaje es “simiente”: la semilla de la comunicación intelectual, de la máxima felicidad.


Dice Lledó que cuando habla de felicidad siente algo de apuro o rubor, ¿por qué? Por lo que ve a su alrededor (amenazas continuas, un horizonte de inseguridad...). Pero dejando de lado esos temores ve más necesario que nunca hablar de ese término: tiene sentido plantearse ese problema porque además puede servirnos para aclararnos algunas cuestiones difuminadas o evaporadas por pseudoplanteamientos. Esta palabra existe en nuestro lenguaje y, además, la hemos asumido.


La felicidad es como una piedra de choque para una afirmación del yo y de nuestra propia vida. ¿Pero dónde surgió esta palabra dentro de nuestra cultura occidental? Ellos (los griegos) la llamaban eudaimonía, pero antes de ser un sustantivo más o menos abstracto fue eu-daimon, un buen diosecillo o demonio (en el sentido positivo), un buen sorteador que nos había dado un buen dote vital. Uno de los textos más característicos donde aparece esta palabra es un texto de Eurípides, el Orestes: “Cuando el daimon nos da algo bueno, ¿qué necesidad tenemos de los amigos?”. Curiosamente aquí la palabra "felicidad" aparece opuesta a la amistad.

19 de noviembre de 2014

El teléfono móvil de Emilio Lledó



El problema de algunos filósofos e intelectuales es que son viejos. Y como son viejos pues opinan como viejos. Sé que esta afirmación es demasiado generalizadora e injusta pero es que basta leer las entrevistas que les hacen para perder la fe en la intelectualidad del país:

ENLACE:"Algunos rasgos delatan a los filósofos. Se presentan con preguntas. Hablan de los griegos de la Antigüedad como si se tratase de su panda de barrio. Distinguen el grano (la cultura) de la paja (la tecnología). A menudo, para tener libertad, no llevan móvil. Emilio Lledó (Sevilla, 1927) logró ayer el Premio Nacional de las Letras por su dilatada trayectoria literaria como referente intelectual y ético, aunque no recibió la noticia desde la Secretaría de Estado de Cultura sino durante una entrevista con este diario porque Lledó, filósofo donde los haya, no lleva móvil: “Tengo más libertad”."

Llevo interesándome por Lledó y sus trabajos desde el 2009, prácticamente desde que comencé a estudiar Filosofía. Fue el director de tesis de uno de mis profesores favoritos de la Universidad y era amigo del profesor que cambió mi vida en primero de bachillerato y me hizo interesarme por la materia que impartía (y la que acabaría por apasionarme).


Esto no quiere decir que sostenga todo lo que dice, al igual que tampoco admito todo lo que dice Gustavo Bueno (por muy "objetivo" que resulte), etcétera. No, hay cuestiones, comentarios que hace, que tienen más de enamorado por tiempos pretéritos que de salidos de una reflexión seria sobre el presente. No, Emilio Lledó no es un buen filósofo del presente. Y yo diría que llamarlo filósofo es hasta inapropiado. Lo denominaría de otra manera: historiador de la Filosofía. No es ni peor ni mejor, simplemente es diferente. Los prólogos eruditos y sus libros (como digo, he leído unos cuantos, así que sé de lo que hablo) no son exageradamente originales, tampoco es esa su pretensión. Yo tampoco sé si llegaré a convertirme en un Filósofo, por lo pronto me gusta tanto hablar y me encuentro tan motivado que ser profesor, aunque sea dando clase de Ética a chavales de 4º de la ESO (si es que, para entonces, no la acaban por desterrar del ámbito de educación obligatoria), me parece un plan de vida muy interesante. 


Esto no lo digo yo, lo dice el propio Emilio Lledó al final de esa corta entrevista que os he citado antes. Contento estará, dice, si puede ofrecer algo original sobre alguna cuestión interesante a su juicio.

Ya no comento a Emilio Lledó como persona o como Filósofo (en parte estas dos características son indisociables) sino el tono general que desprende ese artículo. Se presenta al filósofo como a todo lo contrario de lo que tendría que ser. El descrito es un paisano alejado de la polis, que ve en la tecnología una manera de deshumanizar a las personas, que ve en ella todo lo contrario a la cultura. No hace falta escarbar mucho en los teóricos y filósofos de la tecnología pero ninguno de ellos, en su sano juicio, diría que la tecnología es otra cosa (o que está fuera de) la cultura. 

Lo que más me llama la atención es precisamente que se asocie tener libertad a no llevar el móvil encima. Es cierto que Lledó no tiene móvil y que, si acaso, le puedes encontrar en su casa de Madrid (si no está en Alemania). Tengo un amigo en común y cuando le preguntaba cómo le veía, respondía que estaba ya viejecito (y así se le puede ver en las fotos), es lo normal. Pero no por eso la llamada a destruir o a evitar la tecnología va a tener mayor sentido. No hay nada más agradable e interesante que una persona mayor que utilice bien las nuevas tecnologías, ¡aunque sea para exponer sus tesis de siempre! ¿Cómo, sino a través de las redes, me enteré de la existencia de este profesor antes de entrar en la Universidad?

...

Este post es una queja a una actitud en particular. Emilio Lledó ha sido para mí uno de los referentes como persona, estudioso y profesor. Le he leído y he comentado sus obras a lo largo de estos cuatro años de carrera. Ha sido el primer autor serio al que me atreví sin tener un bagaje filosófico muy amplio. Por ello le tengo mucha simpatía. Pero hay cosas como estas que me chirrían...

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

PD: Más lugares donde he escrito sobre Lledó:

http://franjota.blogspot.com.tr/2014/10/sugerencias-de-la-lectura.html
http://franjota.blogspot.com.tr/2014/10/la-banalizacion-del-sufrimiento-ajeno.html
http://franjota.blogspot.com.tr/2014/05/extranjero-en-alemania.html
http://franjota.blogspot.com.tr/2012/11/la-idiotez-en-gustavo-bueno.html

18 de noviembre de 2014

Me gusta conducir (pero no tu mierda de híbrido)



Me gusta conducir, ¿qué le voy a hacer? Me gusta gastar gasolina, oír el rugido del motor. Si tuviese la oportunidad sería un petrolhead. Viviría en mi coche el mayor tiempo posible, lo tendría todo tan bien montado dentro que el resto del mundo sería visto como una amenaza. Me gusta conducir y, además, me gusta hacerlo del todo. Cuantas menos ayudas a la conducción, mejor. Por supuesto, el cambio de marchas manual, seis velocidades. Y mi coche un coupé, de estética deportiva, porque los coches tienen que enamorar, para eso están hechos. 

¿Cómo que para eso están hechos? Para mí, así te lo digo, un coche es algo más que un medio de transporte. Es un producto cultural que tiene mucho más sentido que el de transportar. Es un efecto de una sociedad en la que prima el individualismo, por supuesto. O de una sociedad en la que la preocupación por el medio ambiente está bastante lejos de suceder. 

Habiendo comenzado así este post, toda persona con un mínimo de sensibilidad ecológica pensará que soy un gilipollas. Seguro que tienen algo de razón. De unos años a esta parte los coches se han ido suavizando, se han hecho más silenciosos, más fáciles de conducir, más confortables pero, al mismo tiempo, más automáticos y vacíos de sensaciones. Los coches actuales no transmiten sensaciones y, si lo hacen, son siempre las mismas. Las posibilidades de regulación o de personalización tienen que ver más con el tapizado de los asientos que con las motorizaciones. Y, si estas son poco contaminantes, verdes y silenciosas, mejor para todos. Ya no se disfrutan los coches. La conducción se ha convertido en un mal menor que, en cuanto se pueda, las empresas tratarán de ahorrarnos. Ya hay coches que conducen solos, ¿qué sentido tiene? No tener que hacer nada. Pero hay algo en el ser humano que le impele a hacer cosas, que le mueve a ser él el artífice de su propio transporte, y no delegarlo a los demás.

Entonces aquí descubro un pequeño cortocircuito en mi pensamiento. Siempre hablo de cómo la tecnología está acabando con los románticos de, por ejemplo, los libros impresos. Pues bien, en mi caso, como enamorado de los coches potentes y derrochadores, veo esta moda de los vehículos híbridos o de pilas de hidrógeno como algo que va a hacer perder la gracia a conducir. La gracia, este término tan religioso. La gracia es propia de la divinidad, nos la concede como regalo para seguir adelante con nuestras vidas. Pues bien, perder la gracia tiene mucho que ver con perder esta forma de ritualizar nuestra existencia. La desacralización también se carga nuestros valores más arraigados, y también se carga la diversión.

No será divertido conducir. Tendremos vehículos que gasten muy poco, que simulen el ruido de un motor inexistente, que tengan formas cada vez más cuadradas y que lo tengan muy difícil para derrapar en el caso de así quererlo el conductor. Si deja de ser divertido conducir entonces solo permanecerá la función de transporte. Como digo, quizá esto sea igual que los libros. Los libros no solo buscaban transmitir conocimiento sino que se habían convertido en un objeto de culto por sí mismos. Quizá lo mismo esté ocurriendo ahora con los coches. La tecnología llega y desdibuja el romance, la poesía y la despreocupación. Las leyes, los ecologistas, el sentido del utilitarismo, nos conducen a un mundo cada vez más soso y sin alicientes.

...

Soy consciente de ambas partes del debate. Ambas esgrimen razones de diferente categoría. Creo que los ecologistas tienen las de ganar. Los petrolheads se basan en su propio derecho a disfrutar de un motor que consume una barbaridad. Sólo los petrolheads son perjudiciales para el resto de la sociedad y el planeta. ¿Habría que prohibir los coches de gasolina y permitir los eléctricos? ¿El argumento del ecologismo tiene rival? 

Pero yo no juzgo ni hago o deshago leyes. Eso se lo dejo al que crea estar preparado. 
Sólo abro el debate.

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

17 de noviembre de 2014

Sampedro al final de la senda



Leyendo a Sampedro. Es de aquellos hombres que uno conoce antes por su fama que por su obra concreta. En mi caso, las primeras veces que escuché hablar de él fue tras el 15-M, cuando escribió el prólogo a uno de los libros "clave", ¡Indignaos! No me he leído ese libro ni su prólogo pero sí que vi algún vídeo de él hablando o escuché las conferencias que la Fundación Juan March graba y pone gratuitamente a disposición de todo el que quiera escucharlas. 

En esta conferencia hablaba sobre su vida, su proyecto intelectual y sus inquietudes en general. Estaba ayudado por su mujer, bastante más joven que él, y adolecía de una sordera bastante normal para la edad que tenía. Era Sampedro el vivo ejemplo de cómo una persona puede tener de todo sin ser millonaria: una buena salud (dentro de lo que cabe), vitalidad, interés por el presente y cosas interesantes que contar. Además, transmitía una honradez y una comunión con su entorno (aunque este no fuese el más apropiado) que nos hacía pensar que, de haber todavía sabios en la tierra, él sería uno de ellos.

No sé cómo se llega a ser sabio o, como le gusta ahora decir a la gente, un gurú. A mí la palabra "gurú" me da la nada agradable sensación de estar refiriéndome a un adivino. No, Sampedro no era un adivino. Era una persona interesada por el siglo que le había tocado vivir y por los siglos venideros. El libro que estoy leyendo, "La sonrisa etrusca", cuyo título no tiene nada que ver con su contenido, trata sobre el último año de vida de un abuelo que, de golpe y porrazo, descubre que su nieto es lo más maravilloso que le ha podido suceder. A lo largo de esta historia no sólo se repasa la vida de este viejo italiano sino que se van conformando en él nuevos sentimientos, nuevas visiones de la realidad. Por eso, cuando se dice que las ínfulas revolucionarias van desapareciendo conforme uno se hace mayor y ve la realidad, se está diciendo una tontería. La descripción del presente siempre es lo más pesimista u optimista que uno quiera, y hacerse mayor no puede sino ser una razón más para apoyar una u otra visión. ¿Qué hace pensar a todos los creyentes que los ateos, ante la muerte, comenzaremos a creer en dios? Primo Levi lo decía: él no creía en dios y, aun así, le metieron en el campo de concentración por judío. Decía que en los momentos de mayor angustia sentía un impulso por rezar, pero tan pronto como pensaba en hacerlo se veía a sí mismo ridículo y falso: ¿hasta este punto el campo me ha trastornado que, de repente, comienzo a creer en una idea inexistente sólo para mi consuelo? Y dijo: menos mal que no lo hice puesto que, de otra manera, me hubiese avergonzando al salir. 

Y así es como los mayores que, por conformidad, por comodidad o por pereza deciden dejar de pensar críticamente, deciden acomodarse y vivir de lo que ha rentado su esfuerzo diario durante toda la vida. Pues bien, esta actitud es vergonzante.

Sampedro es un ejemplo de cómo una persona puede vivir plena y largamente sin olvidar los problemas de su presente aunque la comodidad de un hogar y de unas rentas aseguradas puedan empujar hacia el otro lado.

En Estambul, Turquía.

16 de noviembre de 2014

Maratón de Estambul - 2014



Hoy he participado en la Maratón de Estambul, en su versión light de 10 kilómetros. A pesar de eso ha sido todo un reto para mí puesto que no estoy acostumbrado a correr.
Os dejo abajo fotos del recorrido y de los lugares por los que pasé. Además, tenéis un vídeo (editado más o menos bien) donde aparecen algunas partes del recorrido.


Espero que os guste.




Recorrido grabado por Endomondo.



Vistas al Bósforo


Más vistas al Bósforo


Por Dolmabahçe.

 

Esperando a la salida (los del selfie van en el pack).

Francisco Riveira
En Estambul, Turquía.

15 de noviembre de 2014

Los cines en Estambul



Ayer fuimos al cine a ver uno de los estrenos de este mes: Interstellar.
En Estambul hay muchos cines porque hay un montón de centros comerciales. La mayoría tienen salas de cine en sus plantas superiores. ¿De precio? Unos cinco euros por persona (15 liras al cambio, más o menos) si eres estudiante y si compras por PayPal online. La aplicación que usé fue billetix.com y, aunque estaba toda en turco, conseguí comprar las entradas.

El cine no es, ni de lejos, tan grande como los que podemos encontrar en salas del tipo Aragonia, Zaragoza. Y creo que hasta lo prefiero así. Al no ser una sala tan grande, sentases donde te sentases, podías tener una buena visibilidad de la pantalla sin perder detalle.
Los cines, como podéis ver en las fotos, tenían una decoración muy acogedora. En la sala de espera había tanto un bar como un servicio de palomitas y bebida, además de unos sillones muy cómodos y mullidos de los que hicimos buen uso minutos antes de que comenzase la película. Os dejo algunas fotos.


Estos sillones se reservaban por parejas, recibiendo el curioso nombre de "Love seats".
El sonido estaba a la altura, y la calidad de la imagen es el que se puede esperar en este tipo de proyecciones (4K).

La película estaba en versión original subtitulada al inglés. Era la sesión de las nueve de la noche la única en que no se doblaba al turco así que había gente de todas partes del mundo viéndola.
Fue una buena experiencia y la película una de las más completas (por definirla de alguna manera) que he visto en el último año.

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

13 de noviembre de 2014

Tres consejos para cantar bien



Respira bien:

No conozco a ningún buen cantante que no sepa respirar. No hace falta que tengas una forma física espectacular. Te basta con saber hasta qué punto puedes llegar entre bocanada y bocanada de aire. No pasa nada por respirar con la boca, de hecho suele ser necesario si las canciones son rápidas. Respirar es, para mí, la mitad de la tarea de cantar bien. Si un cantante siente que no llega a algunas partes de la canción puede ser porque su técnica de respiración es deficiente. El consejo para mejorar esto es encontrar los sitios correctos de la canción donde respirar no entorpezca la melodía general y, por supuesto, practicar mucho. Por supuesto que si uno está en buena forma aguantará más la respiración que otro. Nunca hay que forzar, nunca hay que llegar a ponerse rojo del esfuerzo. Cada estrofa tiene que ser cómoda. Si no lo es corres el riesgo de pasar toda la carga a la garganta (en vez de al diafragma, que es lo correcto) y entonces te comenzará a doler. Lo mismo al contrario, tomar demasiado aire acaba por ser contraproducente

Vocaliza: 

Las palabras tienen que entenderse una por una. Hay berreos de "negra" que no quedan nada mal siempre y cuando los hagas como detalles. Cantar sin vocalizar todo el rato es como el canto de un borracho: uno llega al tono pero lo que está diciendo no se distingue. Recuerda que al cantar transmites emociones pero también un mensaje y si este mensaje está distorsionado, la mitad de tu trabajo será en vano.

Volumen alto: 

Canta alto. No cantes al cuello de tu camisa. Canta como si hablases en alto, lo más alto posible, ya tendrás tiempo para moldear ese volumen. Canta siempre forte. Siempre que puedas, claro. Lo más desquiciante de los cantantes de la actualidad es que parece que cantan en susurros, parece que siempre están hablando de amor (no lo parece, es la verdad) y, por tanto, cantar alto significa faltar el respeto al ser amado. Yo me niego a cantar si no lo puedo hacer en alto. Sencillamente, me he acostumbrado a cantar con volumen y, por tanto, hay cosas que mi voz no puede hacer si no es bajo un fuerte volumen imprimido. 

...


Respirar para aguantar tiempo cantando. Vocalizar para transmitir el mensaje deseado. Cantar alto para mostrar todos los colores de tu voz.


En Estambul, Turquía.

12 de noviembre de 2014

Mi experiencia ante la barrera lingüística




Estoy desesperado. Fijo mi mirada en un cargador colocado en la pared tras la tarima del aula gigantesca donde hemos elegido hacer el ensayo. Observo que es un cargador del iPhone, penúltimo modelo, de ese que hicieron para obligar a que la obsolescencia programada se adelantase unos cuantos años. Ahora pienso en el iPhone para evitar la desesperación que se ha instalado en mi ánimo desde hace dos horas. Paso las hojas de mi partitura y sólo veo pentagramas inconexos, notas que van y vienen, letras que no sé si he de cantar yo o si las ha de cantar el que está puesto a mi lado. Para colmo, soy el tenor del grupo más agudo de todos y el que se supone que me tiene que ayudar no me da la menor confianza, tiene un gesto desafiante y despreocupado, es de aquellos de los que a simple vista desconfías. Y sé que no es cosa mía, no, no lo es. Esta experiencia es compartida.

Entonces, cuando no sé qué hacer, simplemente me callo. Ya que no puedo seguir el orden de los acontecimientos, ni las instrucciones básicas que me dan (en turco) para cantar o para iniciar desde una parte. Pues mejor me callo, así no molesto, así no la cago. 

Esta última canción es, con diferencia, la que peor se deja interpretar. El MIDI que nos han dado no tiene sentido alguno, la partitura parece hecha con mala gana, y está reformateada de modo que las mujeres también puedan cantar, pero esta canción con todo hombres tendría suficiente. Ha habido (soy consciente del hecho, no del contenido del mismo) una serie de instrucciones en turco de las que no he sido consciente y que, seguro, han pasado por informar de qué partes de la partitura no tenemos que tener en cuenta, de qué partes hacemos cada grupo de tenores, y de qué parte compartimos con las soprano.

Cuando dicen tenor bir salivo, como el perro de Pavlov. Se me encienden todas las alarmas y entonces sé que me toca cantar, que me toca estar atento... en fin, que me toca hacer algo. Entonces miro al conductor, al director del coro, que cada día parece que tiene un humor diferente, y que cada día hace menos esfuerzo para hablar un poquito de inglés y ayudarnos a los tres que hemos quedado después de la escabechina de los primeros días (escabechina consistente en no dejar de hablar turco durante todo el ensayo). Entonces le miro, sonrío. A veces repito el chiste que he repetido mil veces y asiento, como si me hubiese enterado perfectamente de todo lo que ha dicho. No sé si el tío es consciente de que me estoy burlando de él, a mi manera, o de si cree que mis cambios de humor repentinos son propios de una persona sana mentalmente. Lo que sé es que si no le echo humor al asunto, me vuelvo un tío desesperado.

Hoy ha sido la desesperación total: ¡no me he enterado de nada! Y me imagino a los jóvenes con este mismo problema, pero en inglés. Y resulta que cuando quiero decir que no entiendo algo en inglés, el idioma se me queda muy corto, mi base lingüística inglesa no incluye términos específicos en inglés sobre música y por eso, para decir que no encuentro ni aunque vengan degollando la melodía general de la canción y para decir que los midis que nos han dado son una puta mierda, decido mentir e inventarme la excusa de que "I can't follow the tempo properly". 

No hay ni un gesto de conmiseración. No hay un solo intento por parte del conductor de hoy (un señor gigante, de mi edad probablemente, que pesa como tres veces lo que yo) por hablar inglés. O no le sale, o no quiere, no lo ve necesario. Yo en su situación me sentiría parecido: oye, tú has venido a mi coro, aquí hablamos turco, ¡pues aprende turco! Y eso hago, aprendo turco, pero el turco que pueda aprender en cuatro meses no es ni de lejos el necesario para seguir tus explicaciones, lo que temo es que, para el momento en que pueda entender la mitad de lo que dices, ya sea hora de volverme a mi país. ¡Y el inglés no es mi idioma materno! Así que no puedes verme como el conquistador que muchos de vosotros, turcos, pensáis que somos los españoles o los europeos en general. Para vosotros, somos occidente. Todos entramos en el mismo paquete, al igual que los turcos, desde España, entran en el mismo paquete que los sirios, libaneses y egipcios...

Soy el sospechoso. Tengo una cara muy turca, me lo dicen siempre. Por eso es extraño mirarme, porque miro a la turca, pero respondo a la del imbécil que no se entera de qué va la película. Hoy he sido capaz de comunicar un sentimiento complejo al propietario del establecimiento donde vamos a cenar habitualmente, le he dado un billete de cien liras porque no tenía uno menor y le he dicho "affedersiniz", disculpa. Siento no haberte dado un billete más pequeño. Y así me gustaría comunicar mi sentimiento complejo, mi barrera lingüística, una barrera hasta humana. ¡Es el peor sentimiento del mundo! Y aunque esto es una tontería, aunque sé que lo del coro es un capricho de estudiante ocioso, a mí me duele como si me encontrase en medio del desierto viendo pasar camiones con agua y siendo incapaz de pedir una poca.

Me agota el coro. Es un esfuerzo mental constante. Tanto es así que opto por no prestar atención y atender sólo cuando parece que hablan de mí. Hoy ni siquiera ha ocurrido eso. Hoy he pedido expresamente al conductor que avisase en inglés de las partes que íbamos a cantar y del grupo de tenores que tenía que cantar cada parte (porque las practicamos habitualmente por separado) y nada, ni caso.

Vuelvo a lo de la empatía. El único empático conmigo es el alemán del coro, un alemán de Berlín muy simpático. Tiene ese sexto sentido: siente cuándo los demás están mal, cuándo se sienten fuera de lugar. Es el único que entiende cómo estoy, cómo me siento cuando los idiomas van y vienen. Él no sabe más idiomas que yo, de hecho está en mi misma situación, pero como tenor es más grave que yo y está en el grupo 2, un grupo donde siempre hay gente dispuesta a ayudar. Y me dice: sé que este chico (el otro del grupo 1, que sabe más de su parte que ningún otro) puede parecer poco amistoso a primera vista, pero luego es simpático. ¡Ha definido perfectamente mi sentimiento hacia el turco, un sentimiento de rechazo inconsciente hacia esa gestualidad impasible y ajena a mi malestar! El único, él, el alemán, el que no sabe turco pero que intenta integrarse, que lo tiene más fácil que yo, que tolera mejor la frustración. Yo ya no me trago lo que siento y así se lo hago saber: no me entero de nada, amigo, esto es una pesadilla. Antes venía aquí y deseaba que no se pasasen nunca las tres horas de ensayo, ahora no puedo esperar a que termine. Y no me vale con que el alemán sea el que sabe cómo me siento, porque él es el que, desde luego, tiene la menor de las culpas. También hay otra de Estados Unidos, que sí que lo tiene bien jodido, porque ni siquiera está dando clases de turco... pero, así y todo, ella sólo tiene que seguir una línea vocal, y tiene como diez cantantes que interpretan lo mismo que ella. Con un buen oído ya es suficiente y las mujeres suelen prestarse más ayuda entre ellas, en Turquía, en China o en Vallecas. 

Me agota pero al mismo tiempo me gusta. Me da alguna que otra satisfacción ver que todo acaba saliendo bien. Me molestan las pausas tan largas sin cantar, me molesta esperar a que los demás practiquen su parte. En general sé que tengo la mentalidad de solista y que probablemente nunca me la lleguen a quitar: me gusta tener todo el peso de una melodía, de una letra, no tener que pensar en pentagramas porque tienes la música ya integrada en tu memoria... y eso aquí es imposible.

Llevo quejándome de esto desde hace ya varios ensayos pero quiero aguantar porque sé que, a la postre, va a merecer la pena. Pero el mal rato que llevo encima no me lo quita nadie.

En Estambul, Turquía.