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3 de noviembre de 2014

El intelectual en el campo de concentración



Primo Levi comenta el ensayo de un filósofo llamado Jean Améry sobre la situación de los intelectuales (es decir, de sí mismo) en los campos de concentración. ¿Por qué de los intelectuales? ¿Acaso son una especie diferente del resto? Para ellos, sí. Y yo creo que también. No creo que tengan necesariamente que haber estudiado filosofía o alguna carrera de letras, tampoco que hayan publicado mucho o que tengan una relación estrecha con el mundo académico. El intelectual, para mí, es el que ve siempre por detrás de todo lo que se da como obvio. El intelectual gusta de descubrir lo abstracto tras los planteamientos más normales que surgen en el día a día. El intelectual ya no puede mostrar otra actitud ante la vida, salvo una actitud crítica, pero de un criticismo muy por encima del que esgrimen los denominados "escépticos". El intelectual no es sólo un escéptico, es también un creador, no le basta con criticar el mundo sino que también se compromete con él y su mejora. Él es el primero que busca dentro de sí mismo e intenta ser su mayor crítico. Creo que la mayor parte de las definiciones de intelectual van por esta línea. No me gusta poner ejemplos pero voy a utilizar varios. Intelectuales son, hoy en día, personas como Noam Chomsky o Umberto Eco. ¿Qué les diferencia del resto de pensadores? Que han logrado crear piezas fundamentales para entender el mundo presente. Y no sólo eso, son también personas interesantes en sí mismas. El intelectual no es nunca una persona fuera de la pólis, no hay intelectual del tipo lobo estepario. Hay personas que hablan de Kant como un lobo estepario que no salió de su pueblo en su vida. Y esto es en parte cierto. Lo que no es de dominio común es que se citaba con los primeros presidentes de los Estados Unidos y les ofrecía consejo. Tampoco se sabe que, antes de crear esa obra voluminosa sobre filosofía, fue un profesor de biología. 

El intelectual cae en un campo de concentración y entonces se enfrenta a lo que nunca ha probado: el trabajo físico. Hay varios tipos de personas en esos campos de concentración y las que más sencillo (aparentemente) lo tienen son aquellos que ya tienen una buena forma física, que ya han usado el pico y la pala previamente. Los intelectuales tienen que dejar sus facultades superiores a un lado y someterse a este trabajo. Arbeit macht frei, se lee en la entrada de Auschwitz. Pero ese no es el tipo de trabajo que le hace libre. El intelectual es necesario, siempre lo ha sido y creo que siempre lo será. Tiene que haber alguien que reflexione sobre lo que, a ojos de la mayoría, parece natural. Tiene que haber alguien que lo denuncie, pero no desde una posición política sino desde una filosófica, atendiendo al fondo de la cuestión, y sin importarle partidismos o qué es más adecuado decir en cada momento. Ahí tenéis a Hannah Arendt que, como judía, hizo un comentario hiriente sobre la relación del mal y aquellos que masacraron a millones de judíos, a saber, que ni eran tan malos ni era tanta su voluntad de hacer daño. ¿Era adecuado escribir ese tipo de ensayos en esa época? Para alguien que quisiese obtener votos, no. Para alguien que estuviese siempre, lloviese o hiciese calor, en busca de la verdad, definitivamente sí.


El trabajo no hace libre, al menos no el trabajo físico. El trabajo físico tiene una serie de cualidades que no voy a negar pero la pretensión de que el ser humano libre lo es a través del trabajo es más propia del protestantismo que de una reflexión profunda sobre la realidad. Marx, por ejemplo, teorizó en esa línea, pero no pudo advertir que en el futuro muchos de los trabajos no requerirían un esfuerzo físico por parte de los asalariados sino que este esfuerzo importante lo comenzarían a realizar las máquinas. 

No, el trabajo físico no dignifica, y menos a un intelectual. Más concretamente (e íntimamente), el intelectual se siente insultado cuando llega el momento de usar sus manos para algo que no sea escribir o abrir un libro (o dar una conferencia o clase). No ha hecho el esfuerzo mental durante tantos años para acabar de aquella manera.


Luego viene la explicación menos irritante: 

"En cuanto al trabajo, que era principalmente manual, el hombre culto estaba en el Lager mucho peor que el inculto. Le faltaba, además de la fuerza física, la familiaridad con las herramientas y el entrenamiento, que a menudo tenían sus colegas obreros y campesinos; por el contrario, se sentía atormentado por un agudo sentimiento de humillación y degradación. De Entwürdigung precisamente, de dignidad perdida.[...] Aparte del trabajo, la vida en el barracón también era más penosa para el hombre culto. Era una vida hobbesiana, una guerra ininterrumpida de todos contra todos. [...] Los puñetazos propinados por la autoridad podían ser aceptados, eran literalmente un caso de fuerza mayor; pero eran inaceptables, por inesperados y fuera de la norma, los golpes que se recibían de los compañeros, a los que pocas veces el hombre civilizado sabía responder. [...] Ha sufrido [Améry-Mayer] de una manera diferente a la nuestra de no políglotas reducidos a la condición de sordomudos: de manera, si puedo decirlo, más espiritual que material. Ha sufrido porque era de lengua alemana, porque era un filólogo que amaba su lengua: como sufriría un escultor que viese manchar o romper una escultura suya. El sufrimiento del intelectual era, por consiguiente, distinto, en este caso, del de un extranjero inculto: para éste, el alemán del Lager era un lenguaje que no entendía, con riesgo de su vida; para aquel era una jerga bárbara que entendía, pero que le desollaba los labios si intentaba hablarlo." 

Los hundidos y los salvados, Primo Levi (Capítulo VI).

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

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