Robotín de Google

14 de noviembre de 2013

Os hundisteis sin mí



Le dedicaba varias horas diarias. Era lo primero que leía cuando me levantaba. Se trataba del principal motivo de mis agobios. Ni exámenes ni familia ni proyectos propios. Ocupaba más tiempo en mi cabeza que cualquier otra actividad. Además, no era algo que pudiese hacer yo mismo y para mí mismo, tenía que contar con decenas o cientos de personas más, la gran mayoría en desacuerdo con muchas de mis acciones y, sobre todo, decisiones. Me sentía como un político que llegó a su puesto queriendo y con la mejor voluntad de todas pero al que los acontecimientos convirtieron en un gestor funesto cuyas decisiones no encontraban apoyo más que en sus propios compañeros.

Eché a mi espalda todo el peso de la organización. Era yo el que escribía, el que hablaba, el cuerpo presente en cualquier conflicto. Era yo el que me mojaba, el que procuraba tener respuestas para todo.

Hablaba de dividir el trabajo, no mi parte de trabajo sino la otra parte, la más que necesaria para que todo fuese en marcha sin problemas. Esa parte del trabajo nunca llegó a estar en manos de más de dos personas competentes a la vez. Mi parte del trabajo estaba bien organizada, tomaba decisiones, al contrario de lo que podía parecer, con el consenso de todos mis compañeros.

Mis intuiciones más felices y méritos más destacados pronto se veían envueltos en polémicas y disconformidades por cuestiones que nada tenían que ver conmigo.
Poco a poco iba transformándome en el cabeza de turco, en el farmakós a sacrificar en pos del buen funcionamiento de todo el proyecto.

Llegó el día en que me invitaron a marcharme. Me fui sin hacer todo el ruido que mis medios (que eran, en ese momento, todos) podían permitirme hacer. Creo que fue una marcha elegante, pero me dolía por dentro dejar algo en lo que llevaba envuelto 3 o 4 años de manera tan radical.

Al contrario de lo que podía parecer, mi marcha no sólo no mejoró la cuestión general sino que, tras ella, la otra persona que llevaba a sus hombros el enorme peso del "buque", cansada, lo dejó. Lo dejó a la deriva.
Entró gente poco experimentada e incapaz de dar respuesta a problemas inmediatos, gente con más retórica que capacidad resolutiva de problemas. Gente que escribía tratados para gente que sólo quería llegar y disfrutar de lo que les ofrecíamos.

En septiembre cerraron el chiringuito, en el peor momento, momento en que la competencia durísima del pez más gordo de la historia iba a terminar de comerse toda la fuerza inercial que se había conseguido tras tantos años de trabajo.

Así llevan, cerrados, dos meses y medio.
Estoy feliz de haber podido coger una de las pocas lanchas de salvamento que quedaban, antes del inminente hundimiento final.

Francisco Riveira.

En Zaragoza, 14 de noviembre de 2013.

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