Robotín de Google

20 de abril de 2014

Por qué merece la pena destruir




Cuando releo lo que escribo me da la sensación de que he sido muy destructivo. La gente que me lee también me lo dice. No es algo de lo que esté orgulloso porque parece ser que en esta vida hay que ser más creativos que destructivos. No hay más que ver cómo se premia y se institucionaliza la creatividad, la innovación, etc. Hoy mismo, en el telediario, aparecía un cocinero innovando en los postres típicos de Semana Santa. En otro fin de semana seguro que me tocaba escuchar a un colegio innovador, o a un empresario tecnológico.

Cuando ves toda esta avalancha de creatividad e innovación te da por preguntarte a qué se debe. Reconoces enseguida que no es gratuito y que obedece a una forma de hacer política y de ver la sociedad determinada. Esta es, no cabe duda, la sociedad del mérito, del esfuerzo constante para conseguir las metas, que premia a los que luchan encarnizadamente por alcanzar sus sueños y rechaza a los inmovilistas y conservadores.

Pero este sentido de conservadurismo no es el político. Parece que he descubierto América (miento, sólo he leído un análisis en este sentido que me ha parecido correctísimo, el mismo Lenin decía que la importancia de una teoría no había que tomársela a guasa, sino que era una ayuda enorme para entender mejor la realidad... esto parece una verdad de perogrullo pero a veces nos olvidamos...).

Como dije hace no mucho tiempo (os lo resumo en una frase ahora)... el conservadurismo ha pasado a ser admitido sólo políticamente, dando paso a una fiebre creativa y progresista en sentido tecnológico que no casa mal con las más flagrates políticas retrógradas. Así, lo que los pensadores futuristas, lo que algunos comunistas bienintencionados pero ingenuos y lo que la socialdemocracia veía como positivo sin ambages, se ha convertido en la enfermedad de nuestro siglo.

¿Yo? Encantado de este progreso. Y si no estuviese encantado me tendría que joder. Conozco gente de mi edad que ve mosqueada el progreso tecnológico porque se ha olido a la legua que va a suponer una ayuda al régimen político semi(o auténticamente)-autoritario. Pero no se dan cuenta de que es algo imposible de retener, ni de prefijar... se puede comprender hasta cierto punto pero siempre la práctica escapa a la teoría: siempre. El primitivismo es un sinsentido. Hasta hoy los que mejor han sido capaces de reconstruir lo que la práctica dejaba en su camino destructor han sido los científicos. El resto de "ciencias" del espíritu... o sociales -si os gusta más- no han estado a las alturas. Y si en algún momento lo han estado enseguida se han visto superadas por los hechos.

El camino de las ciencias sociales es el de Sísifo: en cuanto llegan a la cima de su verdad, se encuentran con que la montaña aún no ha terminado. Hay una frase que me encanta: no puedes poner barreras al campo.

Por eso reconocemos que no hay fin de la historia, porque la historia no tiene un campo prefijado, por eso las escuelas de sociología, filosofía o historiografía asumen el riesgo del análisis parcial de la realidad.
Hoy leía lo que Feyerabend pensaba sobre las culturas. En un principio pensó que, entre ellas, había distancias insalvables, como entre dos formas de hacer ciencia, eran independientes e irreconciliables. Sin embargo, en cuanto vio los hechos cambió de opinión. (hoy, por Twitter, he dicho que la filosofía se lleva mal con los hechos: con el cambio) Esto es puro primer Wittgenstein: el mundo es la totalidad de los hechos, el mundo es el caso. Es su primera frase del Tractatus y si te la tomas en serio... entonces hay muchas filosofías que se van a tomar por culo. Por eso a Deleuze le picó tanto Wittgenstein, por eso dijo que Wittgenstein era cancerígeno para la filosofía, porque se cargaba su concepción de lo que era filosofía... y es que ahí también hay tantas concepciones... unas se fijan en el movimiento (no fijarse en sentido de "darse cuenta", sino de "solaparse a algo") y otras escapan de él para aventurarse en el ideal, ese ideal tan cacareado por no pocos cristianos y filósofos cristianos en la actualidad.

Y ante todo esto no me queda nada. Mi consuelo no viene de ningún lado. Otros se suicidan y otros encuentran placer en la destrucción. Yo he preferido encasillarme en este segundo equipo.

La destrucción tiene un valor intrínseco. La creatividad también, lo reconozco, pero la destrucción nos ahorra muchas tonterías... Hay algunos que llegan hasta el punto de, como digo, ahorrarse todas las tonterías y eliminarse de este mundo, pero otros continúan barriendo a diestro y siniestro, no dejando títere con cabeza. Esa es una actitud muy sana. Los romanos eran gente sana, los Estados Unidos son una nación sana (enferma en un sentido más estricto), sana fisiológicamente, sana porque controlan, porque tienen fronteras a batir y porque siempre se vuelcan hacia el exterior... No soy el primero que compara a los romanos con los estadounidenses. Sólo digo que la destrucción estadounidense de todo lo que les rodea, aun si no es una destrucción buscada, es de lo más sano que le puede suceder a un país.

Llega un momento, claro está, en que el campo ya se agota, el mundo se termina y no hay más que destruir porque, una de dos, o se ha acabado y apropiado de todo, o han surgido cánceres internos y han terminado por destruirse a sí mismos... como ocurrió con los romanos.

Son dos ejemplos que tomo así, a lo burro, porque me apetece llamar la atención en este aspecto.
Qué bonito es destruir, qué sano, y qué necesario en tiempos de constante y desnortada innovación.

Me falta la última parte del argumento, que no es otra que unir esta destrucción a la fuerza política. Pero como están metiendo en la cárcel a chicos por decir que "hay que hacer algo en Semana Santa" no me voy a arriesgar a una sanción pecuniaria por decir aquí lo que me sale del bolo.

Un saludo.

Francisco Riveira
En Logroño, 19 de abril de 2014.

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