Robotín de Google

3 de diciembre de 2014

El discurso de autoayuda favorece a los poderosos



Todo aquel que haya leído un poco sabe que no somos dueños de nuestras vidas ni de nuestras acciones. Esto crea un grave problema en el derecho porque nos hace irresponsables de nuestros actos. Hay por encima de nosotros algo que nos envuelve, conforma y da vida y que no podemos controlar. Llama a este "algo" sociedad, economía, mercado, instituciones, familia, Estado, religiones... Todo ello nos hace sentir y estar de una manera concreta en el mundo y, hasta donde yo sé, nadie me ha encuestado sobre qué opino de todos estos sistemas que ejercen su poder sobre mí y sobre los demás.

Es aquí cuando se abre un interrogante en la vida de toda persona leída: ¿he de comprometerme con el mundo o, por el contrario, seguir viviendo sin pensar en todo lo que ocurre en él? Quizá hacerse esta pregunta ya sea una forma callada de compromiso. Hay preguntas que no nos llegamos a hacer porque no tenemos la vida, las condiciones o los suficientes estudios como para crearlas.

Cuando se cita a Pablo Iglesias en tertulias de la derecha cavernaria de España se suele perder de vista que Pablo Iglesias habla desde un sistema ideológico más o menos concreto. Muchas de sus frases, sacadas de contexto, no significan nada, como las de cualquier persona. Al menos hasta ahora, porque su discurso es ya más de andar por casa. Sin embargo, cuando se le cita hace años, en aquellos momentos no hablaba como político sino como teórico. Se hacía preguntas y las respondía gracias a sus lecturas. Os digo desde ya que para ser profesor de una Universidad hay que haber leído un poquito bastante. Aunque sea tan solo por repetir constantemente lo que decían gramscis, marxs y lenines, el discurso y el lenguaje teórico común se acaban por pegar. 

Ese es un modo válido (y algo más complicado y trabajoso) de llegar a la conclusión de que hay que comprometerse con el mundo. Repito, nadie que haya leído un mínimo es capaz de despegarse del mundo en que vive. La lectura nos tiene que acercar al mundo y los que leen para evadirse de la realidad son parte del problema, de la inacción, de la "mayoría silenciosa". (Este creo que es el único término sociológico inventado por Rajoy. Para un personaje con tan pocas luces parece suficiente).

Están los que llegan a esta conclusión por las condiciones en las que viven. Estos son mayoría. No saben por qué piensan lo que piensan, desconocen los motivos teóricos, lo que está detrás del sistema que les discrimina, les desahucia o mete en la cárcel. Lo que saben es que es de justicia revelarse contra ese sistema. Esta intuición no es una intuición teórica sino práctica. Cuando los políticos hablan de crear poder y conciencia popular (o de clase, aunque esta terminología ya se lleva menos) hablan de esto: hay que enseñar al pueblo, por desgracia poco cultivado, a ver su situación y a darle los motivos para enfrentarse a ella. 

Pero reconozco que hay otros que no viven esta situación de necesidad. Son aquellas antiguas clases medias moderadamente acomodadas, sin problemas de dinero y con apoyos familiares para llevar a cabo cualquier proyecto. Es gente sin mala intención pero que no ve la realidad. Estos son los que se dejan llevar por los discursos de autoayuda que acaban por afirmar el tipo de frase más violenta y repugnante de todas las que se pueden oír hoy en día  "A nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo no tenga la culpa." (atribuida a Montaigne).

Esta barbaridad solo puede ser propia de gente sin mala intención que trata de animar a los demás. Lo que no saben es que, al tiempo que animan y dan fuerza están culpando al que no debería JAMÁS recibir acusaciones de culpabilidad. El escritor o repartidor de consejos de autoayuda suele levantarse contento, sentirse bien con su forma de ayudar a la gente. Hay que tratarle desde el respeto y con la teoría en la mano (porque no hay otro modo de hablar con los que comparten frases efectistas). Hay que mostrarle que, lejos de estar ayudando a los más desfavorecidos, les está hundiendo en el fango de su propia desgracia atribuyéndoles un pecado que jamás cometieron. 

¿Cuánto mejor iría al mundo si este club de cándidos se dedicase a culpar a los que detentan el poder?

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

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