Hay un momento en que haces conexiones entre varias de tus aficiones, o varias de tus lecturas. Ese momento es especial porque sabes que todo ha servido para algo. Tu mundo mental comienza a cobrar sentido y sabes que el hecho de conectar, e incluso de poder decir a tu profesor que una cosa no es de determinada manera porque otro lo ha dicho, es algo que te acerca al mundo cultural y que te hace más humano.
Hay un bonito ejemplo de esto. Emilio Lledó es un filósofo que tuvo que emigrar a Alemania para estudiar Filosofía y Filología Griega. Ahí asistió una libertad de enseñanza que no vio nunca en España. Las clases no eran magistrales en el sentido de que el profesor no soltaba el rollo durante hora y media y se marchaba. Había participación. Algunas asignaturas trataban tan solo de un libro de, por ejemplo, Aristóteles, y lo desmenuzaban durante todo el curso. Un libro (de los buenos) puede dar tanto de juego como quiera un profesor y como sepan sacar los alumnos. El problema es el siguiente: la gente no lee variedad, no se interesa por más que por uno o dos asuntos principales y el resto del mundo es una nebulosa que no les interesa porque está fuera de su campo de acción. En ese sentido, el hombre total (y este es un concepto reformulado por mí, con un sentido nuevo y pretendidamente original -algún día hablaré de él más ampliamente-) es aquel que se ocupa de varias cosas concretas pero que se PREocupa de un rango bastante más amplio. Así, todo lo que ocurre en el mundo él es capaz de incluirlo dentro de su mundo mental. Una persona es físicamente incapaz de "serlo todo" (al modo de Unamuno) pero sí que puede serse, e incluir en sí todo lo que ha producido la humanidad de cultural y todo lo que este universo nos da como necesario.
¿No es una tontería dividirnos en personas de letras y de ciencias? ¿No somos, aunque no lo queramos, ambas cosas?
Entonces a Emilio Lledó, no en Alemania, sino en su etapa de educación primaria, un buen profesor le hizo leer el Quijote. A mí la exigencia de leer el Quijote a chavales de 16 años cuyo interés por la literatura, a lo sumo, llegaba a Harry Potter, me parecía una locura. No sólo te enfrentas a una historia antigua sino también a un vocabulario que hace difícil la comprensión de algunos pasajes o de algunas expresiones que pretenden ser simpáticas. Esa barrera literaria para gente que está aprendiendo a leer (y creo que nunca se deja de aprender a leer, pero en la etapa del bachillerato eso es más importante, porque es la etapa de hacer conexiones) es a veces insoslayable, y quita las ganas de seguir. Conozco a gente que odia, sin medias tintas, a la literatura y a todo lo que tenga que ver con ella.
Sin embargo, a niños de 10 años se les hacía leer el Quijote y se les pedía que escribiesen en un folio aparte las sugerencias que la lectura les había provocado.
Un niño, como no tiene el pensamiento teleológico propio del adulto (no sabe qué se espera de él) o del adolescente de bachillerato, estas sugerencias le pueden hacerse ir por la tangente. El cultivo del pensamiento lateral en los niños es muy importante y deberíamos cultivar su capacidad de que un texto les sugiera algo. Para que esto ocurra hay que perder el miedo a decir algo fuera de lugar, o a hacer el rídiculo. Hay mucha gente que no habla por miedo a que sus sugerencias, muchas veces locas y fuera de lugar, se vean como algo que no viene a cuento. Pero, a pesar de que no vengan a cuento, estas sugerencias son una importante muestra de lo necesario que es que el niño haga conexiones entre los diversos ámbitos del conocimiento que ha tenido que estudiar durante toda su vida.
Así, poco a poco, será capaz de conectar la mayoría de los eventos que ocurran a su alrededor con uno o dos de sus intereses más principales. Entonces tendremos un pequeño intelectual, y podrá salir al mundo sin la ayuda de un mentor, ya sea eclesiástico o televisivo de tarot.
Un saludo.
Francisco Riveira
En Estambul, Turquía.
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