Robotín de Google

19 de agosto de 2014

Antes de estudiar Filosofía

Ortega y Gasset



No sé cuál fue la razón principal que me llevó a estudiar filosofía. Quizá fuesen mis propios intereses que no se cerraban a ninguna materia en particular. La filosofía tiene muchas virtudes y entre ellas está el que es un conocimiento transversal. Así, tenemos filosofía de la ciencia, de la política, del conocimiento y hasta de las matemáticas. La filosofía es una meta-reflexión sobre un montón de cuestiones que no se bastan a sí mismas para pensar sus metodologías, ontologías, antepasados teóricos o presupuestos implícitos. La filosofía, al menos la que yo entiendo como tal, no pretende decir a nadie qué hacer dentro de su trabajo. Ya decía Foucault que una actitud así podía verse como una intrusión. Por ejemplo, Feyerabend, en su juventud, tras estudiar la filosofía popperiana, asistió a un congreso de investigadores. Cuando le tocó “venderse” expuso una serie de razones por las cuáles iban a necesitar a un filósofo de la ciencia. Me necesitaréis, dijo, para hacer mejor vuestro trabajo.

Una actitud así se ve desde cualquier rama de conocimiento como un atrevimiento. A este atrevimiento sólo se apuntan los filósofos, precisamente por su capacidad de meta-análisis de la realidad y de los entresijos teóricos de cualquier materia.

Para mí, por tanto, la filosofía sirve (y no es poca cosa) para analizar aquello que parece obvio en el resto del conocimiento humano pero que, por estar sus teóricos enfrascados en la materia de esa ciencia, se olvidan de la forma que acaban por dar. Esta definición es la que Zubiri otorgaba a la metafísica: la metafísica pretende descubrir lo obvio, no ver lo que está detrás del cristal a través del que miramos la realidad sino precisamente ocuparse de ese cristal. Lo obvio es aquello presente en nuestro conocimiento del mundo y que, por estar tan presente, asumimos como necesario e indiscutible, o directamente lo asumimos como parte fundamental de nuestras estructuras mentales para comprender la realidad.
La filosofía sirve para eso pero también es interesante como creadora de conceptos. Cuando la labor filosófica se ha ocupado tanto de rebatir o inutilizar ideas entonces se convierte en la más “peligrosa” herramienta de creación conceptual. Y digo peligrosa porque tanto puede usarse para fines nobles como para fines oscuros. En este sentido, la filosofía no es gratuita. El “amor por la sabiduría” es diferente al amor por la verdad. La sabiduría es la capacidad de conocer profundamente el mundo pero se refiere a una atesoración de conocimientos más que a su aplicación. Hay muchos sabios de sofá y de boquilla. Otra cosa es el amor por la verdad. No todos los sabios, por el mero hecho de serlo, quieren alcanzar esa verdad. De hecho, cuanto más sabio se es mayor capacidad de control sobre lo que uno dice y piensa se tiene. Así, la filosofía puede obedecer a fines bastardos.
Por esto me cuido de otorgar a la filosofía una posición moral elevada dentro del resto de conocimientos. La virtud, aquello sobre lo que tanto cacareaban algunos filósofos griegos y cristianos (estos últimos más bien teólogos), no depende de la filosofía sino del que la ejerce.

¿Qué más?

Ah, sí. Sartre, Platón. Leí mucha obra dramática sartriana antes de terminar bachillerato por recomendación de uno de mis profesores más queridos. También comencé con Platón en primero de bachillerato, desde la Apología hasta el Axíoco, las Cartas y las Leyes. La pena fue que en bachillerato no me entrara Platón sino Aristóteles. No me pude lucir.

A Sartre lo devoré. También saqué de la biblioteca las Obras Completas de Ortega pero no las pude terminar, tampoco era cuestión de agobiarse. Además, estaba también Galdós. Me “invitaron” a leer Misericordia y me gustó tanto (por su parecido a Zola) que comencé los Episodios Nacionales. Si en algún momento de mi vida he sentido aquello que llaman sentimiento patriótico fue en mi lectura de Trafalgar.
Platón me gustaba porque era como teatro. El 70 por ciento de los temas que trataba en cada Diálogo me eran desconocidos y solo haciendo esfuerzos muy grandes podía enterarme de todo. Platón se pinta como el padre de la tradición filosófica occidental pero no se habla mucho de sus influencias pitagóricas. Y el Teorema de Pitágoras fue de las cosas más claritas que estos señores inventaron. En los Diálogos de Platón se habla de todo un poco: poesía, política, gnoseología… y hasta del mito de la Atlántida. Todo ello con personajes reconocibles y muy creíbles. Si a uno le introducen en la filosofía de aquella manera entonces queda prendado de ella para toda la vida.

Sartre era más bronco, la situación era distinta. Al ser existencialista su teatro reflejaba un sentimiento de abandono, asco y pesimismo. A pesar de eso, la lectura de la Náusea y sus obras dramáticas me abrió la problemática que el filósofo francés trató durante toda su vida: qué hacer con las condiciones que nos da la realidad, cómo afrontarla política y vitalmente.

Yo leía filosofía pero no tenía la panorámica en mi cabeza. La panorámica de los problemas filosóficos me la han dado a lo largo de estos años de carrera.

A la carrera hay que venir (al menos este es mi consejo) con la mente bien abierta, con los menores prejuicios posibles. Si uno viene ya montado en un sistema ideológico o filosófico concretos (hay muchos marxistas estudiando filosofía que ya eran marxistas antes de entrar) correrá el riesgo de ver en esa narración panorámica un ataque a su propia manera de pensar. Para no sufrir durante los cuatro años recomiendo tomar una actitud contemplativa, ir consumiendo la literatura que a uno le piden y escribir en los exámenes del modo más claro posible, sin que salga a relucir ideas preconcebidas. Pero es muy fácil que los profesores sean (y no los alumnos) los que cometan este error. Hay profesores a los que se les ve a la legua de qué pie cojean. No les culpo, a mí me pasaría igual. Y ser profesor no significa necesariamente propagar el conocimiento de una manera objetiva. Creo que en la filosofía la objetividad no existe.

Francisco Riveira
En Logroño, España.
18 de agosto de 2014.

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