Ortega y Gasset |
No sé cuál fue la razón principal que me llevó a estudiar
filosofía. Quizá fuesen mis propios intereses que no se cerraban a ninguna
materia en particular. La filosofía tiene muchas virtudes y entre ellas está el
que es un conocimiento transversal. Así, tenemos filosofía de la ciencia, de la
política, del conocimiento y hasta de las matemáticas. La filosofía es una
meta-reflexión sobre un montón de cuestiones que no se bastan a sí mismas para
pensar sus metodologías, ontologías, antepasados teóricos o presupuestos
implícitos. La filosofía, al menos la que yo entiendo como tal, no pretende decir
a nadie qué hacer dentro de su trabajo. Ya decía Foucault que una actitud así
podía verse como una intrusión. Por ejemplo, Feyerabend, en su juventud, tras
estudiar la filosofía popperiana, asistió a un congreso de investigadores.
Cuando le tocó “venderse” expuso una serie de razones por las cuáles iban a
necesitar a un filósofo de la ciencia. Me necesitaréis, dijo, para hacer mejor
vuestro trabajo.
Una actitud así se ve desde cualquier rama de conocimiento
como un atrevimiento. A este atrevimiento sólo se apuntan los filósofos, precisamente
por su capacidad de meta-análisis de la realidad y de los entresijos teóricos de
cualquier materia.
Para mí, por tanto, la filosofía sirve (y no es poca cosa)
para analizar aquello que parece obvio en el resto del conocimiento humano pero
que, por estar sus teóricos enfrascados en la materia de esa ciencia, se
olvidan de la forma que acaban por dar. Esta definición es la que Zubiri
otorgaba a la metafísica: la metafísica pretende descubrir lo obvio, no ver lo
que está detrás del cristal a través del que miramos la realidad sino
precisamente ocuparse de ese cristal. Lo obvio es aquello presente en nuestro
conocimiento del mundo y que, por estar tan presente, asumimos como necesario e
indiscutible, o directamente lo asumimos como parte fundamental de nuestras
estructuras mentales para comprender la realidad.
La filosofía sirve para eso pero también es interesante como
creadora de conceptos. Cuando la labor filosófica se ha ocupado tanto de
rebatir o inutilizar ideas entonces se convierte en la más “peligrosa” herramienta
de creación conceptual. Y digo peligrosa porque tanto puede usarse para fines
nobles como para fines oscuros. En este sentido, la filosofía no es gratuita.
El “amor por la sabiduría” es diferente al amor por la verdad. La sabiduría es
la capacidad de conocer profundamente el mundo pero se refiere a una
atesoración de conocimientos más que a su aplicación. Hay muchos sabios de sofá
y de boquilla. Otra cosa es el amor por la verdad. No todos los sabios, por el
mero hecho de serlo, quieren alcanzar esa verdad. De hecho, cuanto más sabio se
es mayor capacidad de control sobre lo que uno dice y piensa se tiene. Así, la
filosofía puede obedecer a fines bastardos.
Por esto me cuido de otorgar a la filosofía una posición
moral elevada dentro del resto de conocimientos. La virtud, aquello sobre lo
que tanto cacareaban algunos filósofos griegos y cristianos (estos últimos más
bien teólogos), no depende de la filosofía sino del que la ejerce.
¿Qué más?
Ah, sí. Sartre, Platón. Leí mucha obra dramática sartriana antes de terminar bachillerato por recomendación de uno de mis profesores más queridos. También comencé con Platón en primero de bachillerato, desde la Apología hasta el Axíoco, las Cartas y las Leyes. La pena fue que en bachillerato no me entrara Platón sino Aristóteles. No me pude lucir.
Ah, sí. Sartre, Platón. Leí mucha obra dramática sartriana antes de terminar bachillerato por recomendación de uno de mis profesores más queridos. También comencé con Platón en primero de bachillerato, desde la Apología hasta el Axíoco, las Cartas y las Leyes. La pena fue que en bachillerato no me entrara Platón sino Aristóteles. No me pude lucir.
A Sartre lo devoré. También saqué de la biblioteca las Obras
Completas de Ortega pero no las pude terminar, tampoco era cuestión de
agobiarse. Además, estaba también Galdós. Me “invitaron” a leer Misericordia y
me gustó tanto (por su parecido a Zola) que comencé los Episodios Nacionales.
Si en algún momento de mi vida he sentido aquello que llaman sentimiento
patriótico fue en mi lectura de Trafalgar.
Platón me gustaba porque era como teatro. El 70 por ciento
de los temas que trataba en cada Diálogo me eran desconocidos y solo haciendo
esfuerzos muy grandes podía enterarme de todo. Platón se pinta como el padre de
la tradición filosófica occidental pero no se habla mucho de sus influencias
pitagóricas. Y el Teorema de Pitágoras fue de las cosas más claritas que estos
señores inventaron. En los Diálogos de Platón se habla de todo un poco: poesía,
política, gnoseología… y hasta del mito de la Atlántida. Todo ello con
personajes reconocibles y muy creíbles. Si a uno le introducen en la filosofía
de aquella manera entonces queda prendado de ella para toda la vida.
Sartre era más bronco, la situación era distinta. Al ser
existencialista su teatro reflejaba un sentimiento de abandono, asco y
pesimismo. A pesar de eso, la lectura de la Náusea y sus obras dramáticas me
abrió la problemática que el filósofo francés trató durante toda su vida: qué
hacer con las condiciones que nos da la realidad, cómo afrontarla política y
vitalmente.
Yo leía filosofía pero no tenía la panorámica en mi cabeza.
La panorámica de los problemas filosóficos me la han dado a lo largo de estos
años de carrera.
A la carrera hay que venir (al menos este es mi consejo) con la mente bien abierta, con los menores prejuicios posibles. Si uno viene ya montado en un sistema ideológico o filosófico concretos (hay muchos marxistas estudiando filosofía que ya eran marxistas antes de entrar) correrá el riesgo de ver en esa narración panorámica un ataque a su propia manera de pensar. Para no sufrir durante los cuatro años recomiendo tomar una actitud contemplativa, ir consumiendo la literatura que a uno le piden y escribir en los exámenes del modo más claro posible, sin que salga a relucir ideas preconcebidas. Pero es muy fácil que los profesores sean (y no los alumnos) los que cometan este error. Hay profesores a los que se les ve a la legua de qué pie cojean. No les culpo, a mí me pasaría igual. Y ser profesor no significa necesariamente propagar el conocimiento de una manera objetiva. Creo que en la filosofía la objetividad no existe.
A la carrera hay que venir (al menos este es mi consejo) con la mente bien abierta, con los menores prejuicios posibles. Si uno viene ya montado en un sistema ideológico o filosófico concretos (hay muchos marxistas estudiando filosofía que ya eran marxistas antes de entrar) correrá el riesgo de ver en esa narración panorámica un ataque a su propia manera de pensar. Para no sufrir durante los cuatro años recomiendo tomar una actitud contemplativa, ir consumiendo la literatura que a uno le piden y escribir en los exámenes del modo más claro posible, sin que salga a relucir ideas preconcebidas. Pero es muy fácil que los profesores sean (y no los alumnos) los que cometan este error. Hay profesores a los que se les ve a la legua de qué pie cojean. No les culpo, a mí me pasaría igual. Y ser profesor no significa necesariamente propagar el conocimiento de una manera objetiva. Creo que en la filosofía la objetividad no existe.
Francisco Riveira
En Logroño, España.
18 de agosto de 2014.
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