Paul Ricoeur |
La querella en el siglo XIX sobre la cuestión de explicar y comprender surge como un intento de reivindicar la comprensión como método para luego conocer. Es la explicación la que acabará ganando la querella y triunfará la ciencia natural. En el siglo XIX surge la preocupación por los fenómenos objetivos y por eso hoy en día nuestras sociedades se ordenan en base a la objetividad, lo subjetivo queda siempre relegado a un ámbito privado, personal y, por supuesto, fuera de las ciencias, por no ser fuente de un conocimiento fiable.
Los fenómenos sociales y, por tanto, subjetivos (muchos científicos olvidan que de una suma de individualidades subjetivas no se extrae un total masivo, mostrenco, inamovible y objetivo) pueden conocerse si les atribuimos un sentido. A este respecto, según la filosofía del lenguaje de Frege, el mundo sería la referencia y la humanidad en general el sentido. Así, cuando observamos un hecho humano hemos de actuar de diferente manera que cuando estamos ante un fenómeno natural.
Los teóricos de este segundo enfoque, que dan por valiosas las “ciencias del espíritu” defienden que lo comprensible no se puede reducir a lo explicable, así como lo humano es irreductible a lo natural. La comprensión es lo específico de las ciencias sociales. El problema que nos encontramos llegados a este punto es el siguiente. Los fenómenos sociales parten de los sujetos, sí, y no son enteramente objetivos, pero a veces presentan un aspecto que se va del control de sus actores, los humanos. Por lo cual cabe preguntarse si la sociedad es comprensible como producto de lo humano o si, por el contrario, sigue una lógica científico-natural de causa efecto al igual que cualquier fenómeno atmosférico. He de comentar que el pensamiento de Habermas al respecto es el de que el conocimiento sobre el ser humano es un conocimiento hermenéutico, es decir, de interpretación. La comprensión pasa antes por una interpretación. Como ya sabemos, el materialismo histórico pretendía hacer una lectura objetiva de los fenómenos sociales sin partir de ninguna ideología. El problema es que ese sistema ya llevaba una ideología implícita. Un cientificismo se defiende ante estos ataques haciendo concesiones a una concepción mucho menos estrecha de esa racionalidad cartesiana (matematizada), esta concesión es necesaria para elaborar una meta-reflexión sobre sí misma. Aunque los científicos no tengan que reflexionar sobre su labor (en términos meta) sí que es preciso que, cuando emiten su juicio sobre qué forma epistemológica es más correcta, aclaren a qué se están refiriendo. Y dice Habermas que esa necesidad de aclaraciónes la concesión del científico a la hermenéutica y, por tanto, una demostración involuntaria de que las ciencias humanas siguen teniendo su lugar en el mundo.
Aunque fue la explicación la que triunfó en la querella, la necesidad de comprender el mundo humano no desapareció de la cabeza de los filósofos ni de los legos en la materia.
El debate no ha muerto del todo.
Un saludo.
Francisco Riveira
En Logroño, España.
16 de agosto de 2014.
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