Robotín de Google
5 de agosto de 2014
La banalidad del mal
La banalidad del mal es un concepto creado por Hannah Arendt.
Eran otros tiempos, sí. Las grandes estructuras hacían de sus ejecutivos cómplices de una injusticia aún mayor.
Cuando eres parte del sistema y no sabes que estás obrando mal no cabe juicio moral ni ético.
Soy del parecer de Sócrates (intelectualismo moral): pienso que, cuando obramos mal, lo hacemos por desconocimiento. Hay personas que vierten opiniones sin pensar en los sentimientos de los demás, o en si esas opiniones están fundadas en algunos principios básicos (llámalo Derechos Humanos, llámalo sentido común...). Parece un poco arriesgado juzgarles a ellos cuando somos conocedores (si nos informamos un poco) de que el problema es el sistema, las instituciones, el Estado, etcétera.
Son muy sencillas las críticas personalistas directas a la psicología de la persona que creemos que se ha portado mal. Ya hablé de esto hace tiempo.
Hoy os quiero contar una historia. Es una historia famosa y no por ello poco importante. Si queréis saber más sobre ella os recomiendo la lectura de Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt; o la película homónima.
¿Qué ocurre con Eichmann? Es un funcionario del régimen nazi. Llegó a su puesto por méritos propios. Puede que fuera una persona muy ordenada y capaz. Pero ese orden y capacidad le llevaron a firmar permisos para la partida de trenes repletos de judíos que marchaban hacia los campos de concentración. Hannah Arendt decidió ir a un juicio en Jerusalén donde se iba a dictar sentencia en contra (lo más seguro) del hombre. Hannah, como las demás personas, se imaginaba que Eichmann sería una persona horrible, con gesto de desprecio, sin sentimientos... ¿De qué otra forma, si no, podría haber sido capaz de haber enviado a todos esos judíos a morir en los campos de concentración? Cuál fue su sorpresa cuando, al llegar al primer juicio, descubrió en Eichmann un hombre destrozado por las circunstancias, una persona que, por incapacidad física e incluso mental, sería incapaz de pergeñar todo ese terror por sí mismo.
Arendt se negó a juzgarle. De hecho, escribió el libro citado exculpándole. Fue muy criticada por el pueblo judío (ella misma era judía), tachada de antisemita, de haber herido los sentimientos de su pueblo. ¿Por qué? Porque dijo lo que pensaba, y ella pensaba que una persona así no era capaz de crear tanta desolación. Quizá una persona así, o un conjunto de ellas, subsumidas bajo un aparato o estructura que las domina, serían capaces de hacer funcionar los engranajes de ese genocidio. Pero el todo es algo más que la suma de sus partes. En cada tuerca, polea y engranaje no hay maldad. En determinado punto todo ese sistema se vuelve automático, despersonaliza, automatiza, maquiniza... y los burócratas se vuelven autómatas que solo firman permisos de viaje, sin saber quién viaja en ese método de locomoción hacia una muerte segura.
Entonces surge el mal.
Un saludo.
Francisco Riveira
En Logroño, 5 de agosto de 2014.
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