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3 de agosto de 2014

[Ensayo] - Proponiendo una Anti-República - Tercera parte





Ética epicureísta:

Epicuro nace aproximadamente a mediados del siglo cuarto antes de nuestra era. Su nacimiento coincidía con el esplendor aristotélico y con la insoslayable tradición platónica. No podemos entender a Epicuro fuera de ese contexto intelectual pero tampoco hay que olvidar su contexto histórico ni su propia vida. Michel Onfray, en su primer tomo de la Contrahistoria (libro en que basaré a grandes rasgos mi recorrido por Epicuro), nos llama la atención de que no se puede hablar de Epicuro en términos platónicos. ¿A qué se refiere? Normalmente la vida de Platón es un mero pretexto para introducir su pensamiento pero en realidad esta no tiene relevancia alguna para entender su filosofía más allá de su voluntad de que permaneciese vigente determinado modo de pensar y ver el mundo  (¡y vaya si permaneció!). En el caso de Epicuro, y aprovechando la tesitura sobre la que nos encontramos lanzados cuando queremos estudiar su pensamiento, no podemos obviar su propia vida, su propia existencia corporal, su aptitud ante la realidad y sus relaciones con los demás. Quizá este sea el clavo ardiendo al que nos podemos agarrar habida cuenta de que tenemos más testimonios indirectos sobre él que obras suyas (escribiendo más de trescientos libros es muy difícil achacar esta criminal tabula rasa a a la arbitrariedad de los descubrimientos arqueológicos, cuando al tratarse Platón o Aristóteles disponemos de la mayoría - por no decir totalidad - de su obra). Pero más allá de ser uno de los pocos recursos que nos quedan es cierto que suponen una herramienta válida e insustituible para conocer tanto al autor como a su producción filosófica.

En los últimos años del siglo IV Alejandro Magno está tratando de crear un imperio basado en la cultura y civilización griegas. Este proceso de colonización es el llamado helenización. Tras la muerte de Alejandro las comunidades griegas se fragmentan y continúan con sus vidas. La consecuencia de esto, además de la difusión de la cultura griega a lo largo y ancho de la geografía asiática y europea (con la subsiguiente creación de nuevos centros económicos y culturales) es la aniquilación de la llamada polis, concepto y realidad tan propios de la antigüedad clásica de la que los autores básicos como Platón y el propio Aristóteles bebieron. Se acaba aquí el concepto de ciudadanía, más bien se diluye en su consecuencia histórica. El ciudadano termina de ser un sujeto político y, desencantado por una situación que parece ya no controlar, una “relajación de las costumbres” (de esa kalokagathía homérica) y del arrojo casi mitológico por su estado y sus gentes, vive ahora de una manera “apolítica”, autárquica, ciudadano y director de sí mismo. Además, la filosofía entendida al modo aristotélico (prote philosophia) ya ha perdido mucho de su sentido pues todo aquel descubrimiento científico se va a desgajar de la filosofía tomada en sentido amplio y se va a desarrollar en Alejandría y Rodas, los nuevos centros neurálgicos del mundo occidental heleno. Es en este inquietante y decadente contexto histórico en el que Epicuro se ve forzado a elaborar una traducción novedosa de las realidades y necesidades en proyectos para vivir bien, placentera y felizmente. El epicureísmo se expanderá en una época de ruinas ideológicas y ahí reside tanto su potencia como su mayor hándicap.

El propio Epicuro es una “contradicción en persona”. Epicuro va a filosofar desde el cuerpo pero su propio cuerpo va a estar enfermo. Vive Epicuro a pan y agua, no puede darse grandes atracones ni beber en abundancia (lo común en su época era diluir el vino en agua) y esto nos va a dar razón de su tesis sobre los placeres que es eminentemente una propuesta para evitar el dolor posterior a un momento de excesivo regodeo(al más puro estilo de la medicina actual que, entre otras cosas, busca la prevención con los diagnósticos). Así, a los 72 años se contenta con que sus discípulos le traigan una jarra de vino y un trozo de queso. Esta visión de frugalidad (que podemos ver según citas de testimonios de personas afines y cercanas) choca frontalmente con la fama que recibiría en su tiempo de ser un “cerdo que no mira al cielo”, en clara alusión a su abandono del mundo platónico de las ideas.

Así, se crea la leyenda del filósofo monstruo. No satisfechos con llamarle cerdo y monstruo le acusarán de frecuentar prostitutas que se supone que acudían a su escuela, además de no ser ciudadano de Atenas (una acusación frecuente en la época pues, a pesar de todo, esa institución que era la polis y esa identificación como perteneciente a ella seguían siendo primordiales). ¿A qué se debía esto? Aparece aquí una de las primeras sorpresas que cualquier persona puede llevarse a la hora de estudiar a Epicuro: su trato a las mujeres como seres iguales tanto en derechos como en la cuestión natural. Las acusaciones hacia él por frecuentar el trato con mujeres tenían su origen en que en su escuela, El Jardín, podía entrar gente de ambos sexos. Vemos así que esas calumnias y acusaciones de índole moral eran producidas por los que llevaban por bandera el pensamiento patriarcal y platonizado que habría de gobernar la ya preconizada República platónica.

Pareciera ser que el propio Epicuro, al igual que Prometeo (pre-visión) tenía en la etimología de su nombre un auspicio de lo que sería en vida. Así, epí-kouros significa “el que socorre”. Parece que desde su nacimiento estaba destinado nuestro filósofo a trabajar tanto por su “salvación” como la de sus amigos y afectos a su escuela. Esta filosofía epicúrea va a ser un trabajo constante contra el miedo y el dolor y va a tener como principal arma la del cuidado a través de la prevención. En ese sentido, su filosofía funcionará de la misma manera que la medicina pues sus conceptos se aplicarán a una vida real, que transcurre mientras se piensa sobre ella y que no es un mero paso a obviar y maldecir constantemente antes de la gloriosa muerte y transporte a un mundo ideal.

Estas van a ser las cuatro tesis fundamentales de Epicuro que vertebrarán todo su sistema de pensamiento. Estas tesis han aparecido recogidas en las Sentencias Vaticanas a las que ya he hecho referencia y en otras de sus cartas y testimonios indirectos (el libro X de Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio es uno de los más valiosos testimonios): no hay que temer a los dioses ni a la muerte; a los primeros porque no están en nuestro mundo, se rigen por lógicas diferentes y precisamente por ser perfectos no tienen las inquietudes humanas como preocupación en su peculiar existencia, el dios de Epicuro es un dios ausente, un dios que no plantea problemas filosóficos y al que no hay que dar importancia porque ya nosotros poco le importamos a él,  y aún más, como veremos enseguida; tampoco a la muerte porque cuando ella está nosotros ya no somos conscientes de si existimos o si no existimos y, cuando nosotros vivimos, ella no se encuentra en nuestras vidas (ya que sería paradójico y una contradicción in terminis). Además, como tesis positiva, Epicuro va a decir que es posible soportar el dolor (de la manera que hemos visto y que luego ampliaremos) y que, por tanto, va a ser posible un procedimiento para alcanzar la felicidad. Estas ideas van a suponer lo que Deleuze, en el siglo XX, consideraría como un ateísmo tranquilo, es decir, un ateísmo producto de una teoría en que la idea de dios no es relevante de ningún modo para el resto de las ideas expuestas (ni las fundamenta ni es consecuencia de ellas). La filosofía de Epicuro podría funcionar perfectamente sin un dios y se va a fundamentar en:

“[...]una física ética 1), un ateísmo tranquilo 2), una algodicea pagana 3) y un ascetismo hedonista 4), ¿Objetivo declarado? Vivir como un dios entre los hombres”.


La verdad en Epicuro se conoce a través de los sentidos, al contrario que Platón. Es su filosofía un combate a mano armada contra las mitologías y los trasmundos inventados que habían proliferado desde la Academia y que ya eran casi un dogma de fe para él y sus contemporáneos. Epicuro, además, se va a burlar de los que afirmen la inmaterialidad del alma pues era un firme defensor del monismo que reducía todo conocimiento al cuerpo y daba materialidad al propio pnêuma. Platón realiza una filosofía cuyo objetivo implícito es el de hacer temerosos a los hombres de la muerte a través de narraciones míticas. Pero Epicuro va a volver a enarbolar su pensamiento y nos dirá, en este caso concreto, que la muerte es definida en primer término por ser una sensación y que cuando está ella no estamos nosotros (que sentimos). Por lo cual no es tiene sentido temer por lo que pueda venir al final de esa vida.
Vista ya la filosofía general (más que ética, una teología manifestada en forma de antropología) de Epicuro vamos a centrar nuestra atención en el resto de este ensayo en su teoría sobre el dolor, el placer, y de qué manera pueden ambas realidades conducirnos a la felicidad, cuestión que es la que se quiere enunciar a través de este texto. Partirá Epicuro de una concepción particular del dolor, y decimos que es particular porque no lo relega a un segundo plano (Platón) ni teoriza sobre él para soportarlo estoicamente (en este aspecto ese adverbio no ha perdido su sentido original). Por supuesto que no se puede padecer (pathos) si no se tienen deseos, si no se apetece nada. Los dioses no hablan de sufrimiento ya que todos sus deseos se hacen realidad conforme van apareciendo pero no ocurre lo mismo con el ser humano. El ser humano no puede obviar la cuestión del dolor cuando quiere estudiar sus afectos y por eso va a proponer una ética utilitarista: sus teorías no se van a quedar en la mera abstracción ni van a suponer un proyecto utópico de comportamiento eficaz para controlar los padecimientos y así evitar un dolor ulterior sino que realmente va a querer teorizar para el cuerpo y desde el cuerpo. Al final de este ensayo incidiré algo más, y como colofón, en cómo el epicureísmo es de manera muy patente un antiplatonismo. También haré mención de algunas teorías modernas que encuentran su base problemática en los planteamientos de Epicuro.

Ya que es imposible evitar el dolor propone nuestro filósofo hacer un “buen uso” del mismo. Para él lo que se considera bueno va a ser literalmente lo que permita la consecución de su proyecto filosófico. Abre una puerta al optimismo de la siguiente manera:

Hay dos tipos de dolores, los que son radicales y los que son soportables. Los primeros, por su cualidad irresistible, acabarán conmigo. Ante ellos sólo se puede ser aquiescente y recibirlos de la manera más rápida posible para marchar en paz a la muerte. En cambio, si ese dolor es soportable podremos controlarlo de tal manera que no acabe con nosotros. Pero en la referencia de Epicuro al dolor entra inevitablemente la cuestión del deseo. Esta teoría es pensada para ser realizada, no para servir de divertida charla en sus frugales sobremesas. ¿Qué hay que realizar? El placer. Este placer no vendrá solo. Como seres humanos necesitamos movernos de nuestro sitio inicial para satisfacer nuestros deseos. En el acto de satisfacción residirá el placer y, como veremos, este placer podrá durar más que momentáneamente.

Los deseos pueden ser de varios tipos: deseos naturales y necesarios, deseos naturales y no necesarios y deseos no naturales y no necesarios. La cuarta posibilidad (deseos no naturales y necesarios) no existe en Epicuro: nada propio del ser humano (nada no-natural) es absolutamente necesario, por tanto no teorizará sobre ello.

-Los deseos naturales y necesarios son los que aparecen en la base de la pirámide de Maslow. Solventar esas necesidades es solventar la sed y el hambre, so pena de perecer. Ante el cuerpo y la fisiología poco se puede hacer, por ello Epicuro procura aliarse con el “enemigo” en vez de enfrentarlo, como hará Platón.

-Los deseos naturales y no necesarios son aquellos relativos al apetito sexual. Al igual que los animales, sentimos deseos de realizar el acto sexual pero, si bien es cierto que la reproducción es necesaria para la especie, no lo es para el individuo.

-Los deseos no naturales y no necesarios son aquellos productos humanos (deseo de las diversas creaciones o formas culturales): honores, riquezas, poder... El problema de estos deseos es que, una vez satisfechos, vuelven a presentarse idénticos ante nosotros: con la misma fuerza y la misma insistencia. Será cuestión del filósofo epicúreo la tarea de modelarlos o evitarlos. Curiosamente la filosofía (a pesar de que Epicuro fuese un filósofo así declarado) es también un deseo no natural y no necesario. Como muy divertidamente dice Onfray en la Contrahistoria:

“No se muere uno por no practicar la filosofía -si así fuera, ¡qué hecatombre!-”

A pesar de que no sea necesaria produce cuantiosísimo placer y una veta llena de potencialidades hedonistas. Es la filosofía un paso suficiente, aunque no necesario, hacia el placer. Epicuro, en este caso, juega con ventaja frente a Platón al no ser arrogante, pues el filósofo creador de la Academia se colocó a sí mismo y al resto de los de su gremio como los únicos aspirantes al gobierno de la República.

El goce en Epicuro es producto de la ascésis, no es un mero abandono a satisfacciones animales. La palabra “placer” nos inquieta a todos pero sólo los que se relacionan mal con sus deseos rechazan categóricamente la palabra y el debate ante esta cuestión (platónicos, estoicos, cristianos...). En Epicuro el cuerpo es la medida de todo y por ello rechaza al dolor. En el caso de Platón y los estoicos ocurrirá al revés: unos lo odiarán y otros soportarán el dolor. Pero solo Epicuro se “enfrenta” al placer.

Se ha considerado a Epicuro una suerte de “filósofo médico”. Como hemos visto, es el inventor del utilitarismo en filosofía: toda teoría o forma artística es sólo buena en tanto en cuanto es potencialmente un analgésico para nosotros. Para un hedonista como él el total de los placeres ha de ser mayor que el total de los displaceres. Si esa resta da un resultado positivo estaremos ante una teoría aceptable. En el caso contrario, habría que rehusar al placer como un precio a pagar por el placer más auténtico y duradero. Va Epicuro a preferir un dolor que más adelante nos produzca satisfacción a una satisfacción efímera que nos cause posteriores quebraderos de cabeza.

Epicuro define el placer de manera negativa: no padecer, no sufrir, no necesitar... Es una visión “catastemática” (o en reposo) del placer. Sin embargo, hasta aquí hemos hablado de “las teorías, la filosofía, la ética” de Epicuro pero más que todo esto supone una clara animación a llevar a cabo un temperamento concreto. No es Epicuro un teórico sistemático al modo de Aristóteles y es por esto por lo que, aunque no dispongamos de una milésima parte de su obra, podemos afirmarlo: la verdad de una escuela no se reduce sólo a su producción textual.

Antes de terminar esta parte sobre Epicuro quiero hacer referencia a su antropología. El alma es el cuerpo y el cuerpo es el alma y ambas son partes distintas del mismo organismo aunque ninguna predomine. Bien es cierto que el cuerpo es superior al espíritu (por la ausencia de dioses y de instancias no materiales en su filosofía - o temperamento-). ¿Qué es lo que siente el placer? No va a ser el alma, hemos dicho ya que el kósmos noetós es un ente ficticio para él. De Epicuro no se puede hablar en términos platónicos. Sentimos placer a través del cuerpo y el alma únicamente servirá para registrarlos y decodificarlos. Queda, por tanto, relegada el alma a un plano instrumental y puramente gnoseológico.

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