Robotín de Google

25 de septiembre de 2014

Cómo escribir sobre el Holocausto



Los tonos en la literatura, esos grandes olvidados en la actualidad. El tono se consigue leyendo mucho más que escribiendo mucho. Los tonos no tienen mucho que ver el estilo. Se puede tener un estilo excelente a la hora de escribir pero el tono creado en la lectura tiene que ser acorde a la situación (es el análogo al tono conversacional).

Es muy común entre los jóvenes de mi generación no saber adecuar su tono al ambiente de discusión general que se está tratando. Este es el caso del Holocausto. El Holocausto no es sólo una desgracia, tiene muchas más características que lo convierten en una materia difícil de describir. Se ha hablado tanto de él y de tantas maneras (y desde tantas perspectivas) que lograr encontrar un tono en el que afrontar sus cuestiones más básicas es una labor que tanto para periodistas como estudiantes (y personas de la calle también, por supuesto) se convierte en una de las tareas más urgentes.

Ya no se cuida el tono porque no hay variedad de registros. El estudiante que no tiene variedad de registros (y no digo que yo no tenga también esa carencia) se debe a un tono general de pasividad y desapasionamiento producto de una sociedad que, cada vez más, nos enchufa a la máquina informativa: nadie llora cuando mueren niños por inanición.

La actitud de la intelectualidad incipiente ante los documentales y libros sobre desgracias (y más) como el Holocausto es ya una actitud puramente objetiva. A la hora de entender realidades es preciso adquirir un tono si queremos hablar de ellas, y en este caso el tono no tiene nada que ver con la objetividad, tiene bastante más que ver con la emoción y el apasionamiento.

La gravedad tonal es lo que se exige al periodista que crea un documental sobre el Holocausto. Al menos, pienso, está más cerca de lo que se pide a cualquier persona cuando tiene que hablar de esa época vergonzosa para la humanidad en general. Yo pediría algo más. No es suficiente la gravedad, a veces pasmosa. Hay que exigir al periodista o al profesor una actitud que recorra realmente lo que significó para judíos y demás seres inferiores a los ojos del sistema nazi. Eso implica conocer a las víctimas de cerca. Implica no caer en la numerología, estadística, en la introducción aséptica de los datos sobre muertes. Implica una memoria histórica, qué duda cabe. Una memoria histórica en el sentido que propuso el anterior gobierno de Zapatero. Pero no es suficiente con desenterrar a los cadáveres de las cunetas, hay que honrarles y nombrarles en cada momento que se considere adecuado. Que formen parte de un protocolo conmemorativo, como ya ocurre en Alemania o en Italia.

Me temo que el tono general con el que se narra en los medios las desgracias del régimen nazi cae en uno de sus errores más graves: la cosificación del individuo, el trato de los eventos históricos como entes teóricos comprensibles exentos de una historia humana: la intra-historia de Unamuno. 

Este post es una propuesta, por supuesto, y puede que me equivoque. Yo pido a los periodistas (sólo les exijo gravedad y eso, al menos hasta ahora, lo cumplen) que buceen en las profundidades de las biografías de los que sufrieron el Holocausto. 

¿Y cómo escribir con ese tono? Ese tono aparecerá por sí mismo si tenemos en cuenta este factor fundamental (el humano). No sabemos hasta qué punto, si somos partícipes de un hecho histórico y nos internamos en sus entresijos más humanos (demasiado humanos), vamos a cambiar nuestra mentalidad y, por tanto, nuestro tono a la hora de escribir sobre el asunto.

Ahora estoy leyendo a Primo Levi y me sorprende que todas las aproximaciones al genocidio no hayan sabido darle el tono que esta persona ha conseguido en sus relatos. Diréis: claro, él lo ha vivido. Pero también he leído otras narraciones de personas que lo sufrieron en sus carnes y ninguna de ellas consiguió el tono que Levi ha imprimido a, por ejemplo, "Si esto es un hombre". La narración es desapasionada, porque así lo exige el ambiente en que suceden los acontecimientos, pero siempre hay una reflexión sobre lo que ocurre. Esta reflexión es, de una manera u otra (no sé cómo lo consigue, pero lo consigue), hospitalaria con la muestra del sufrimiento y de la maquinaria genocida. Ora descriptiva, ora emocional.

Un saludo.

Francisco Riveira

En Estambul, Turquía.

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