Estoy ya a punto de terminar mis vacaciones. Este año han durado tan solo tres semanas y a pesar de todo no me quejo. En cierto modo este año entero va a ser unas vacaciones al estar en un país diferente. En los 10 días que llevo en Estambul aún no me he metido en ningún museo ni he hecho largos viajes dentro de la ciudad. Los muchos viajes que he hecho han sido siempre por necesidad, para algún tipo de gestión, etc. No he disfrutado aún de la ciudad ni de lo que ofrece, siempre he tenido alguna preocupación.
Llevo 5 días con dolor de tripa. Es el común síndrome del viajero que llega a una nueva ciudad a cuya comida no está acostumbrado. Simplemente ocurre. Ahora estoy intentando cuidar más lo que como y llevo ya dos días sin comer fuera de casa. Me parece una mierda desaprovechar los buenos sitios que hay en esta ciudad para comer pero bueno... es lo que hay.
No he hablado mucho de lo que he comido estos días. Hasta hace bien poco siempre comíamos de restaurante o de bar. Estos últimos son los puestos humildes que los turcos ponen en cada esquina (dentro de locales). Aún no hemos comido de puesto callejero. Andando por Estambul esta es una de las cosas que más sorprenden: hay un puesto callejero a cada 10 metros si vas por el centro turístico. Suelen vender castañas, mazorcas a la plancha, fruta cortada, mucha agua, algunas veces te... También hay quien vende lotería y, cómo no, los puestos de panecillos estilo pretzel. Lo único que he comprado en estos puestos ha sido agua, te y los panecillos. La primera vez que compré un panecillo se notó que estaba recién hecho, la segunda vez me costó un poco más digerirlo.
La falta de control de lo que comía me ha dado dolor de tripa a la semana de estar viviendo aquí. Me recomendaron traerme a Turquía algún medicamento para evitar que la comida fuese demasiado agresiva para mi flora intestinal pero no me preocupé de ello. Suelo conocer bastante bien mi cuerpo y sus debilidades pero en este caso lo dejé pasar.
Hemos estado en restaurantes en el puente Gálata, también en otros en barrios menos turísticos. Hemos comido pizza, calzone y también platos combinados o típicos de aquí.
Un buen día probé el yogurt para beber turco (Ayran) que es salado. Al principio me chocó pero luego me lo bebí bastante bien. Lo cierto es que no me encantó pero no le haré ascos en otra ocasión.
Hay que tener cuidado, por supuesto, con las condiciones higiénicas de lo que uno come. Hay que procurar consumir productos en buen estado (al menos visiblemente) y que se note que están bien hechos.
El agua en esta ciudad, como muchos saben, no es potable. Se puede usar, por ejemplo, para cocinar o para lavarse los dientes, pero no es recomendable beberla directamente. Así, cada supermercado tiene una sección entera tan solo para las botellas de agua mineral.
Por último quería hablar de la Universidad. En cuando nos den una tarjeta de estudiante (Akbil se llama) podremos desayunar por 1 lira (menos de 40 céntimos de euro) y comer por lira y media (no llega a un euro). Es tan barato que da hasta vergüenza. Además, son platos bastante consistentes.
Eso en la cafetería, con tarjeta, sólo para los estudiantes (está, cómo no, financiado por la propia Universidad). Hay otra cafetería más cerca del edificio de relaciones internacionales de la Universidad de Bogazici donde se come muy bien por unos 3 euros. Si hubiese sabido que hoy iba a escribir sobre comida (últimamente escribo sin guión) habría hecho una foto al plato. Es así lo último que pedí: un poco de judías blancas, arroz con queso, patatas, pan en abundancia (es gratis) o churruscos, y la carne que más rabia te dé (pollo a la turca, pollo con curri, etc). Como digo, unas 10 liras todo, o 3€ al cambio. Con esos precios dan ganas de comer siempre en la Universidad. Y de hecho es lo que probablemente hagamos.
El problema son los gatos. Al principio cedes terreno pero en cuanto te descuidas ya los tienes encima de tu bandeja, chupeteando el caldo del pollo. Es bastante insoportable. Hay gente que los mantiene lejos de sí pero realmente es bien difícil. Si les cierras la posibilidad de escalar a la mesa entonces quizá tengas algo ganado, pero así y todo consiguen abrirse hueco y llegar al plato. Lo recomendable, entonces, es marcharse de ahí y meterse dentro de la cafetería, o irse a un banco donde la cantidad de gatos no sea tan preocupante. Sí, hay demasiados gatos. Lo que para unos podría parecernos el paraíso felino (y canino, aunque los perros no dan tanto por el saco...) se convierte en un infierno a la hora de comer. Y oye, a mí me gusta comer tranquilo, así que los gatos, en ese momento, mejor lejos de mí.
Espero que os haya gustado el post. A mí me ha abierto el hambre y hoy que he comido sólo un plato de arroz al vapor y un poco de yogurt natural no es un buen día para hablar de comida bien preparada.
Os dejo con alguna foto del campus.
¡Un saludo!
Francisco Riveira
En Estambul, Turquía.
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